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LA ODISEA

te, cuando tú y mi madre veneranda me enviasteis á Autólico, mi caro abuelo paterno, á recibir los dones que al venir acá prometió hacerme. Y, si lo deseas, te enumeraré los árboles que una vez me regalaste en este bien cultivado huerto: pues yo, que era niño, te seguía y te los iba pidiendo uno tras otro; y, al pasar por entre ellos, me los mostrabas y me decías su nombre. Fueron trece perales, diez manzanos y cuarenta higueras; y me ofreciste, además, cincuenta liños de cepas, cada uno de los cuales daba fruto en diversa época, como que hay aquí racimos de uvas de todas clases cuando los hacen madurar las estaciones que desde lo alto nos envía Jove.»

345 Así le dijo; y Laertes sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, reconociendo las señales que Ulises describiera con tal certidumbre. Echó los brazos sobre su hijo; y el paciente divinal Ulises trajo hacia sí al anciano, que se hallaba sin aliento. Y cuando Laertes tornó á respirar y volvió en su acuerdo, respondió con estas palabras:

351 «¡Padre Júpiter! Vosotros los dioses permanecéis aún en el vasto Olimpo, si es verdad que los pretendientes recibieron el castigo de su temeraria insolencia. Mas ahora teme mucho mi corazón que se reúnan y vengan muy pronto los itacenses, y que además envíen emisarios á todas las ciudades de los cefalenos.»

356 Respondióle el ingenioso Ulises: «Cobra ánimo y no te preocupes por tales cosas. Pero vámonos á la casa que se halla próxima á este huerto, que allí envié á Telémaco, al boyero y al porquerizo para que cuanto antes nos aparejen la comida.»

361 Pronunciadas estas palabras, encamináronse á la hermosa casería. Cuando hubieron llegado á la cómoda mansión, hallaron á Telémaco, al boyero y al porquerizo ocupados en cortar mucha carne y en mezclar el negro vino.

365 Al punto la esclava siciliana lavó y ungió con aceite al magnánimo Laertes dentro de la casa, echándole después un hermoso manto sobre las espaldas; y Minerva se acercó é hizo que le crecieran los miembros al pastor de hombres, de suerte que apareciese más alto y más grueso que anteriormente. Cuando salió del baño, admiróse Ulises de verle tan parecido á los inmortales númenes y le dirigió estas aladas palabras:

373 «¡Oh padre! Alguno de los sempiternos dioses ha mejorado á buen seguro tu aspecto y tu grandeza.»

375 Contestóle el discreto Laertes: «Ojalá me hallase, ¡oh padre Júpiter, Minerva, Apolo!, como cuando reinaba sobre los cefalenos