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LA ODISEA

eximio Pelida. Éstos andaban en torno de Aquiles; y se les acercó, muy angustiada, el alma de Agamenón Atrida, á cuyo alrededor se reunían las de cuantos en la mansión de Egisto perecieron con el héroe, cumpliendo su destino. Y el alma del Pelida fué la primera que habló, diciendo de esta suerte:

24 «¡Oh Atrida! Nos figurábamos que entre todos los héroes eras siempre el más acepto á Júpiter, que se huelga con el rayo, porque imperabas sobre muchos y fuertes varones allá en Troya, donde los aqueos padecimos tantos infortunios; y, con todo, te había de alcanzar antes de tiempo la funesta Parca, de la cual nadie puede librarse una vez nacido. Ojalá se te hubiesen presentado la muerte y el destino en el país teucro, cuando disfrutabas de la dignidad suprema con que ejercías el mando; pues entonces todos los aqueos te erigieran un túmulo, y le legaras á tu hijo una gloria inmensa. Ahora el hado te ha hecho sucumbir con la más deplorable de las muertes.»

35 Respondióle el alma del Atrida: «¡Afortunado tú, oh hijo de Peleo, Aquiles semejante á los dioses, que expiraste en Troya, lejos de Argos, y á tu alrededor murieron, defendiéndote, otros valentísimos troyanos y aqueos; y tú yacías en tierra sobre un gran espacio, envuelto en un torbellino de polvo y olvidado del arte de guiar los carros! Nosotros luchamos todo el día y por nada hubiésemos suspendido el combate; pero Júpiter nos obligó á desistir, enviándonos una tormenta. Después de haber llevado tu hermoso cuerpo del campo de la batalla á las naves, lo pusimos en un lecho, lo lavamos con agua tibia y lo ungimos; y los dánaos, cercándote, vertían muchas y ardientes lágrimas y se cortaban las cabelleras. También vino tu madre, que salió del mar, con las inmortales diosas marinas, en oyendo la nueva: levantóse en el ponto un clamoreo grandísimo y tal temblor les entró á todos los aqueos, que se lanzaran á las cóncavas naves si no les detuviera un hombre que conocía muchas y antiguas cosas, Néstor, cuya opinión era considerada siempre como la mejor. Éste, pues, arengándolos con benevolencia, les habló diciendo:

54 «¡Deteneos, argivos; no huyáis, varones aqueos! Ésta es la madre que viene del mar, con las inmortales diosas marinas, á ver á su hijo muerto.»

57 »Así se expresó; y los magnánimos aquivos suspendieron la fuga. Rodeáronte las hijas del anciano del mar, lamentándose de tal suerte que movían á compasión, y te pusieron divinales vestidos.