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CANTO VIGÉSIMO TERCERO

llegaron muy alegres al sitio donde se hallaba su antiguo lecho.

297 Entonces Telémaco, el boyero y el porquerizo dejaron de bailar, mandaron que cesasen igualmente las mujeres, y acostáronse todos en el obscuro palacio.

300 Después que los esposos hubieron disfrutado del deseable amor, entregáronse al deleite de la conversación. La divina entre las mujeres refirió cuanto había sufrido en el palacio al contemplar la multitud de los funestos pretendientes, que por su causa degollaban muchos bueyes y pingües ovejas, en tanto que se concluía el copioso vino de las tinajas. Ulises, de jovial linaje, contó á su vez cuantos males había inferido á otros hombres y cuantas penas había soportado en sus propios infortunios. Y ella se holgaba de oirlo y el sueño no le cayó en los ojos hasta que se acabó el relato.

310 Empezó por narrarle cómo venciera á los cícones; y le fué refiriendo su llegada al fértil país de los lotófagos; cuanto hizo el Ciclope y cómo él tomó venganza de que le hubiese devorado despiadadamente los fuertes compañeros; cómo pasó á la isla de Éolo, quien le acogió benévolo hasta que vino la hora de despedirle, pero el hado no había dispuesto que el héroe tornara aún á la patria y una tempestad lo arrebató nuevamente y lo llevó por el ponto, abundante en peces, mientras daba profundos suspiros; y cómo desde allí aportó á Telépilo, la ciudad de los lestrigones, que le destruyeron los bajeles y le mataron todos los compañeros, de hermosas grebas, escapando tan sólo Ulises en su negra nave. Describióle también los engaños y múltiples astucias de Circe; y explicóle luego cómo había ido en su nave de muchos bancos á la lóbrega morada de Plutón para consultar al alma del tebano Tiresias, y cómo pudo ver allí á todos sus compañeros y á la madre que lo dió á luz y que lo crió en su infancia; cómo oyó más tarde el cantar de las Sirenas, de voz sonora; cómo pasó por las peñas Erráticas, por la horrenda Caribdis y por la roca de Escila, de la cual nunca pudieron los hombres escapar indemnes; cómo sus compañeros mataron las vacas del Sol; cómo el altitonante Júpiter hirió la velera nave con el ardiente rayo, habiendo perecido todos sus esforzados compañeros y librádose él de la perniciosa muerte; cómo llegó á la isla Ogigia y á la ninfa Calipso, la cual le retuvo en huecas grutas, deseosa de tomarle por marido, le alimentó y le dijo repetidas veces que le haría inmortal y le eximiría perpetuamente de la senectud, sin que jamás consiguiera llevarle la persuasión al ánimo; y cómo, padeciendo muchas fatigas, arribó á los feacios, quienes le honra-