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CANTO VIGÉSIMO SEGUNDO

Ulises, asolador de ciudades, hirió á Euridamante, Telémaco á Anfimedonte y el porquerizo á Pólibo; y en tanto el boyero acertó á dar en el pecho á Ctesipo y, gloriándose, hablóle de esta manera:

287 «¡Oh Politersida, amante de la injuria! No cedas nunca al impulso de tu mentecatez para hablar altaneramente; antes bien, deja la palabra á las deidades, que son mucho más poderosas. Y recibirás este presente de hospitalidad por la pata que diste á Ulises, igual á un dios, cuando mendigaba en su propio palacio.»

292 Así habló el pastor de bueyes, de retorcidos cuernos; y en tanto Ulises le envasaba su gran pica al Damastórida. Telémaco hirió por su parte á Leócrito Evenórida con hundirle la lanza en el ijar, que el bronce traspasó enteramente; y el varón cayó de bruces, dando de cara contra el suelo. Minerva, desde lo alto del techo, levantó su égida, perniciosa á los mortales; y los ánimos de todos los pretendientes quedaron espantados. Huían éstos por la sala como las vacas de un rebaño al cual agita el movedizo tábano en la estación vernal, cuando los días son muy largos. Y aquéllos, de la suerte que unos buitres de retorcidas uñas y corvo pico bajan del monte y acometen á las aves que, temerosas de quedarse en las nubes, han descendido al llano; y las persiguen y matan sin que puedan resistirse ni huir, mientras los hombres se regocijan presenciando la captura: de semejante modo arremetieron en la sala contra los pretendientes, dando golpes á diestro y siniestro; los que eran heridos en la cabeza levantaban horribles suspiros, y el suelo manaba sangre por todos lados.

310 En esto, Liodes corrió hacia Ulises, le abrazó por las rodillas y comenzó á suplicarle con estas aladas palabras:

312 «Te lo ruego abrazado á tus rodillas, Ulises: respétame y apiádate de mí. Yo te aseguro que á las mujeres del palacio nada inicuo les dije ni les hice jamás; antes bien, contenía á los pretendientes que de tal modo se portaban. Mas no me obedecieron en términos que sus manos se abstuviesen de las malas obras; y de ahí que se hayan atraído con sus iniquidades una deplorable muerte. Y yo, que era su arúspice y ninguna maldad he cometido, yaceré con ellos; pues ningún agradecimiento se siente hacia los bienhechores.»

320 Mirándole con torva faz, exclamó el ingenioso Ulises: «Si te jactas de haber sido su arúspice, debiste de rogar muchas veces en el palacio que se alejara el dulce instante de mi regreso, y se fuera mi esposa contigo, y te diese hijos; por tanto, no te escaparás tampoco de la cruel muerte.»