Tomó el héroe una veloz flecha que estaba encima de la mesa, porque las otras se hallaban dentro de la hueca aljaba, aunque muy pronto habían de gustarlas los aqueos. Y acomodándola al arco, tiró á la vez de la cuerda y de las barbas, allí mismo, sentado en la silla; apuntó al blanco, despidió la saeta y no erró á ninguna de las segures, desde el primer agujero hasta el último: la flecha, que el bronce hacía ponderosa, las atravesó todas y salió afuera. Después de lo cual dijo á Telémaco:
424 «¡Telémaco! No te afrenta el huésped que está en tu palacio: ni erré el blanco, ni me costó gran fatiga armar el arco; mis fuerzas están íntegras todavía, no cual los pretendientes, menospreciándome, me lo echaban á la cara. Pero ya es hora de aprestar la cena á los aqueos, mientras hay luz; para que después se deleiten de otro modo, con el canto y la cítara, que son los ornamentos del banquete.»
431 Dijo, é hizo con las cejas una señal. Y Telémaco, el caro hijo del divinal Ulises, ciñó la aguda espada, asió su lanza y, armado de reluciente bronce, se puso en pie al lado de la silla, junto á su padre.