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CANTO VIGÉSIMO PRIMERO

330 Repuso entonces la discreta Penélope: «¡Eurímaco! No es posible que en el pueblo gocen de buena fama quienes injurian á un varón principal, devorando lo de su casa: ¿por qué os hacéis merecedores de estos oprobios? El huésped es alto y vigoroso, y se precia de tener por padre á un hombre de buen linaje. Ea, entregadle el pulido arco y veamos. Lo que voy á decir se llevará á cumplimiento: Si tendiere el arco, por concederle Apolo esta gloria, le pondré un manto y una túnica, vestidos magníficos; le regalaré un agudo dardo, para que se defienda de los hombres y de los perros, y también una espada de doble filo; le daré sandalias para los pies y le enviaré adonde su corazón y su ánimo deseen.»

343 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Madre mía! Ninguno de los aqueos tiene poder superior al mío para dar ó rehusar el arco á quien me plega, entre cuantos mandan en la áspera Ítaca ó en las islas cercanas á la Élide, tierra fértil de caballos: por consiguiente, ninguno de éstos podría forzarme, oponiéndose á mi voluntad, si quisiera dar de una vez este arco al huésped aunque fuese para que se lo llevara. Vuelve á tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena á las esclavas que se apliquen al trabajo, y del arco nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando en esta casa.»

354 Asombrada se fué Penélope á su habitación, poniendo en su ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así que hubo llegado con las esclavas al aposento superior, lloró por Ulises, su querido consorte, hasta que Minerva, la de los brillantes ojos, difundióle en los párpados el dulce sueño.

359 En tanto, el divinal porquerizo tomó el corvo arco para llevárselo al huésped; mas todos los pretendientes empezaron á increparle dentro de la sala, y uno de aquellos jóvenes soberbios le habló de esta manera:

362 «¿Adónde llevas el corvo arco, oh porquero no digno de envidia, oh vagabundo? Pronto te devorarán, junto á los marranos y lejos de los hombres, los ágiles canes que tú mismo has criado, si Apolo y los demás inmortales dioses nos fueren propicios.»

366 Así decían; y él volvió á poner el arco en el mismo sitio, asustado de que le increpasen tantos hombres dentro de la sala. Mas Telémaco le amenazó, gritándole desde el otro lado:

369 «¡Abuelo! Sigue adelante con el arco, que muy pronto verías que no obras bien obedeciendo á todos: no sea que yo, aun siendo el más joven, te eche al campo y te hiera á pedradas, ya que te