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LA ODISEA

jese? ¿Os pondríais de parte de los pretendientes ó del propio Ulises? Contestad como vuestro corazón y vuestro ánimo os lo dicten.»

199 Dijo entonces el boyero: «¡Padre Júpiter! Ojalá me cumplas este voto: que vuelva aquel varón, traído por alguna deidad. Tú verías, si así sucediese, cuál es mi fuerza y de qué brazos dispongo.»

203 Eumeo suplicó asimismo á todos los dioses que el prudente Ulises volviera á su casa. Cuando el héroe conoció el verdadero modo de pensar de entrambos, hablóles nuevamente diciendo de esta suerte:

207 «Pues dentro está, aquí lo tenéis, soy yo que, después de pasar muchos trabajos, he vuelto en el vigésimo año á la patria tierra. Conozco que entre mis esclavos tan solamente vosotros deseabais mi vuelta, pues no he oído que ningún otro hiciera votos para que tornara á esta casa. Os voy á revelar con sinceridad lo que ha de llevarse á efecto. Si, por ordenarlo un dios, sucumben á mis manos los eximios pretendientes, os buscaré esposa, os daré bienes y sendas casas labradas junto á la mía, y os consideraré en lo sucesivo como compañeros y hermanos de Telémaco. Y, si queréis, ea, voy á mostraros una manifiesta señal para que me reconozcáis y se convenza vuestro ánimo: la cicatriz de la herida que me infirió un jabalí con su blanco diente cuando fuí al Parnaso con los hijos de Autólico.»

221 Apenas hubo dicho estas palabras, apartó los harapos para enseñarles la extensa cicatriz. Ambos la vieron y examinaron cuidadosamente, y acto continuo rompieron en llanto, echaron los brazos sobre el prudente Ulises y, apretándole, le besaron la cabeza y los hombros. Ulises, á su vez, besóles la cabeza y las manos. Y entregados al llanto los dejara el sol al ponerse, si el propio Ulises no les hubiese calmado, diciéndoles de esta suerte:

228 «Cesad ya de llorar y de gemir: no sea que alguno salga del palacio, lo vea y se vaya á contarlo allá dentro. Entraréis en el palacio pero no juntos, sino uno tras otro: yo primero y vosotros después. Tened sabida una señal que os quiero dar y es la siguiente: Los otros, los ilustres pretendientes, no han de permitir que se me dé el arco y el carcaj; pero tú, divinal Eumeo, tráelo por la habitación, pónmelo en las manos, y di á las mujeres que cierren las sólidas puertas de las estancias y que si alguna oyere gemidos ó estrépito de hombres dentro de las paredes de nuestra sala, no se asome y quédese allí, en silencio, junto á su labor. Y á ti, divinal Filetio, te confío las puertas del patio para que las cierres, corriendo el cerrojo que sujetarás mediante un nudo.»