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CANTO VIGÉSIMO PRIMERO

pastores: por esta causa Ulises, que aún era joven, emprendió como embajador aquel largo viaje, enviado por su padre y otros ancianos. Á su vez, Ífito iba en busca de doce yeguas de vientre con sus potros, pacientes en el trabajo, que antes le quitaran y que luego habían de ser la causa de su muerte y miserable destino; pues, habiéndose llegado á Hércules, hijo de Júpiter, varón de ánimo esforzado que sabía realizar grandes hazañas, ése le mató en su misma casa, sin embargo de tenerlo como huésped. ¡Inicuo! No temió la venganza de los dioses, ni respetó la mesa que le puso él en persona: matóle y retuvo en su palacio las yeguas de fuertes cascos. Cuando Ífito iba, pues, en busca de las mentadas yeguas, se encontró con Ulises y le dió el arco que antiguamente llevara el gran Eurito y que éste legó á su vástago al morir en su excelsa casa; y Ulises, por su parte, regaló á Ífito afilada espada y fornida lanza; presentes que hubieran originado entre ambos cordial amistad, mas los héroes no llegaron á verse el uno en la mesa del otro, porque el hijo de Júpiter mató antes á Ífito Eurítida, semejante á los inmortales. Y el divinal Ulises llevaba en su patria el arco que le había dado Ífito, pero no lo quiso tomar al partir para la guerra en las negras naves; y lo dejó en el palacio como recuerdo de su caro huésped.

42 Al instante que la divina entre las mujeres llegó al aposento y puso el pie en el umbral de encina que en otra época puliera el artífice con gran habilidad y enderezara por medio de un nivel, alzando los dos postes en que había de encajar la espléndida puerta; desató la correa del anillo, introdujo la llave é hizo correr los cerrojos de la puerta, empujándola hacia dentro. Rechinaron las hojas como muge un toro que pace en la pradera—¡tanto ruido produjo la hermosa puerta al empuje de la llave!—y abriéronse inmediatamente. Penélope subió al excelso tablado donde estaban las arcas de los perfumados vestidos; y, tendiendo el brazo, descolgó de un clavo el arco con la funda espléndida que lo envolvía. Sentóse allí mismo, teniéndolo en sus rodillas, lloró ruidosamente y sacó de la funda el arco del rey. Y cuando ya estuvo harta de llorar y de gemir, fuése hacia la habitación donde se hallaban los ilustres pretendientes; y llevó en su mano el flexible arco y la aljaba para las flechas, la cual contenía abundantes y dolorosas saetas. Juntamente con Penélope, llevaban las siervas una caja con mucho hierro y bronce que servía para los juegos del rey. Cuando la divina entre las mujeres hubo llegado adonde estaban los pretendientes, paróse ante la columna que sostenía el techo sólidamente construído, con las meji-