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CANTO VIGÉSIMO

lacio del divinal Ulises insultáis á los hombres, maquinando inicuas acciones.»

371 Cuando esto hubo dicho, salió del cómodo palacio y se fué á la casa de Pireo, que lo acogió benévolo. Los pretendientes se miraban los unos á los otros y zaherían á Telémaco, burlándose de sus huéspedes. Y entre los jóvenes soberbios hubo quien habló de esta manera:

376 «¡Telémaco! Nadie tiene en los huéspedes más desgracia que tú. Uno es tal como ese mendigo vagabundo, necesitado de que le den pan y vino, inhábil para todo, sin fuerzas, carga inútil de la tierra; y el otro se ha levantado á pronunciar vaticinios. Si quieres creerme—y sería lo mejor,—echemos á los huéspedes en una nave de muchos bancos y mandémoslos á Sicilia; y allí te los comprarán por razonable precio.»

384 Así decían, pero Telémaco no hizo ningún caso de estas palabras; sino que miraba silenciosamente á su padre, aguardando el momento en que había de poner las manos en los desvergonzados pretendientes.

387 La discreta Penélope, hija de Icario, mandó colocar su magnífico sillón en frente de los hombres, y oía cuanto se hablaba en la sala. Y los pretendientes reían y se preparaban el almuerzo que fué dulce y agradable, pues sacrificaron multitud de reses; pero ninguna cena tan triste como la que pronto iban á darles la diosa y el esforzado varón, porque habían sido los primeros en maquinar acciones inicuas.