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CANTO VIGÉSIMO

61 «¡Oh Diana, venerable diosa hija de Júpiter! ¡Ojalá que, tirándome una saeta al pecho, ahora mismo me quitaras la vida; ó que una tempestad me arrebatara, conduciéndome hacia las sombrías sendas, y me dejara caer en los confines del refluente Océano, de igual modo que las borrascas se llevaron las hijas de Pandáreo! Cuando, por haberles los númenes muerto los padres, se quedaran huérfanas en el palacio, la diosa Venus las crió con queso, dulce miel y suave vino; dotólas Juno de hermosura y prudencia sobre todas las mujeres; dióles la casta Diana buena estatura, y adestrólas Minerva en labores eximias. Pero, mientras la diosa Venus se encaminaba al vasto Olimpo á pedirle á Júpiter, que se huelga con el rayo, florecientes nupcias para las doncellas—pues aquel dios lo sabe todo y conoce el destino favorable ó adverso de los mortales—arrebatáronlas las Harpías y se las dieron á las odiosas Furias como esclavas. Háganme desaparecer de igual suerte los que viven en olímpicos palacios ó máteme Diana, la de lindas trenzas, para que yo penetre en la odiosa tierra, teniendo ante mis ojos á Ulises, y no haya de alegrar la mente de ningún hombre inferior. Cualquier mal es soportable, aunque pasemos el día llorando y con el corazón muy triste, si por la noche viene el sueño, que nos trae el olvido de las cosas buenas y malas al cerrarnos los ojos. Pero á mí me envía algún dios perniciosos ensueños. Esta misma noche acostóse á mi lado un fantasma muy semejante á él, tal como era Ulises cuando partió con el ejército; y mi corazón se alegraba, figurándose que no era sueño sino veras.»

91 Así dijo; y al punto se descubrió la Aurora, de áureo trono. Ulises oyó las voces que Penélope daba en su llanto, meditó luego y le pareció como si la tuviese junto á su cabeza por haberle reconocido. Á la hora recogió el manto y las pieles en que estaba echado y lo puso todo en una silla del palacio, sacó afuera la piel de buey y, alzando las manos, dirigió á Júpiter esta súplica:

98 «¡Padre Júpiter! Si vosotros los dioses me habéis traído de buen grado, por tierra y por mar, á mi patrio suelo, después de enviarme multitud de infortunios; haz que diga algún presagio cualquiera de los que en el interior despiertan y muéstrese en el exterior otro prodigio tuyo.»

102 Tal fué su plegaria. Oyóla el próvido Júpiter y en el acto mandó un trueno desde el resplandeciente Olimpo, desde lo alto de las nubes, que le causó á Ulises profunda alegría. El presagio dióselo en la casa una mujer que molía el grano cerca de él, donde estaban