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CANTO DÉCIMONONO

rar, gemir y ver mis labores y las de las siervas de la casa; pero, así que viene la noche y todos se acuestan, yago en mi lecho y fuertes y punzantes inquietudes me asedian el oprimido corazón y me excitan los sollozos. De la suerte que Aedón, la hija de Pandáreo, canta hermosamente en la verde espesura, al comenzar la primavera; y, posada en el tupido follaje de los árboles, deja oir su voz de variados sones que muda á cada momento, llorando á Ítilo, el vástago que tuvo del rey Zeto y mató con el bronce por imprudencia: de semejante manera está mi ánimo, vacilando entre dos partidos, pues no sé si seguir viviendo con mi hijo y guardar y mantener en pie todas las cosas—mis posesiones, mis esclavas y esta casa grande y de elevada techumbre—por respeto al tálamo conyugal y temor del dicho de la gente; ó irme ya con quien sea el mejor de los aqueos que me pretenden en el palacio y me haga muchísimas donaciones nupciales. Mi hijo, mientras fué insipiente muchacho, no quiso que me casara y me fuera de esta mansión de mi esposo; mas ahora, que ya es grande por haber llegado á la flor de la juventud, desea que desampare el palacio, viendo con indignación que sus bienes son devorados por los aquivos. Pero, ea, oye y declárame este sueño. Hay en la casa veinte gansos que comen trigo remojado en agua y yo me huelgo de contemplarlos; mas, he aquí que bajó del monte un águila grande, de corvo pico, y, rompiéndoles el cuello, los mató á todos; quedaron éstos tendidos en montón y subióse aquélla al divino éter. Yo, aunque entre sueños, lloré y di gritos; y las aquivas, de hermosas trenzas, fueron juntándose á mi alrededor, mientras me lamentaba tanto de que el águila hubiese matado mis gansos, que movía á compasión. Entonces el águila tornó á venir, se posó en el borde de la techumbre, y me calmó diciendo con voz humana:

546 «¡Cobra ánimo, hija del celebérrimo Icario!, pues no es sueño, sino visión veraz que ha de cumplirse. Los gansos son los pretendientes; y yo, que era el águila, soy tu esposo que he llegado y daré á todos los pretendientes ignominiosa muerte.»

551 »Así dijo. Ausentóse de mí el dulce sueño, y mirando en derredor, vi los gansos en el palacio, junto al pesebre, que comían trigo como antes.»

554 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Oh mujer! No es posible declarar el sueño de otra manera, ya que el propio Ulises te manifestó cómo lo llevará al cabo: aparece clara la perdición de todos los pretendientes y ninguno escapará de la muerte y el hado.»

559 Contestóle la discreta Penélope: «¡Huésped! Hay sueños ines-