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CANTO DÉCIMONONO

104 «¡Forastero! Ante todo te haré yo misma estas preguntas: ¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres?»

106 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Oh mujer! Ninguno de los mortales de la vasta tierra podría censurarte, pues tu gloria llega hasta el anchuroso cielo como la de un rey eximio y temeroso de los dioses, que impera sobre muchos y esforzados hombres, hace triunfar la justicia, y al amparo de su buen gobierno la negra tierra produce trigo y cebada, los árboles se cargan de fruta, las ovejas paren hijuelos robustos, el mar da peces, y son dichosos los pueblos que le están sometidos. Mas ahora, que nos hallamos en tu casa, hazme otras preguntas, y no te propongas averiguar mi linaje, ni mi patria: no sea que con el recuerdo acrecientes los pesares de mi corazón, pues he sido muy desgraciado. Y tampoco conviene que en casa ajena esté llorando y lamentándome, porque es muy malo afligirse siempre y sin descanso: no fuera que alguna de las esclavas se enojara conmigo, ó tú misma, y dijerais que derramo lágrimas porque el vino me perturbó el entendimiento.»

123 Contestóle en seguida la discreta Penélope: «¡Huésped! Mis atractivos—la belleza y la gracia de mi cuerpo—destruyéronlos los inmortales cuando los argivos partieron para Ilión y se fué con ellos mi esposo Ulises. Si éste, volviendo, cuidara de mi vida, mayor y más hermosa fuera mi gloria; pues estoy angustiada por tantos males como me envió algún dios. Cuantos próceres mandan en las islas, en Duliquio, en Same y en la selvosa Zacinto, y cuantos viven en la propia Ítaca, que se ve de lejos, me pretenden contra mi voluntad y arruinan nuestra casa. Por esto no me curo de los huéspedes, ni de los suplicantes, ni de los heraldos, que son ministros públicos; sino que, padeciendo soledad de Ulises, se me consume el ánimo. Ellos me dan prisa á que me case, y yo tramo engaños. Primeramente sugirióme un dios que me pusiese á tejer en el palacio una gran tela sutil é interminable, y entonces les hablé de este modo: ¡Jóvenes, pretendientes míos! Ya que ha muerto el divinal Ulises, aguardad, para instar mis bodas, que acabe este lienzo—no sea que se me pierdan inútilmente los hilos,—á fin de que tenga sudario el héroe Laertes en el momento fatal de la aterradora muerte. ¡No se me vaya á indignar alguna de las aqueas del pueblo, si ve enterrar sin mortaja á un hombre que ha poseído tantos bienes! Así les dije y su ánimo generoso se dejó persuadir. Desde aquel instante, pasábame el día labrando la gran tela y por la noche, tan luego como