Página:La Odisea (Luis Segalá y Estalella).pdf/258

Esta página ha sido corregida
258
LA ODISEA

casa las doncellas de níveos brazos, retiraron el abundante pan, las mesas, y las copas en que bebían los soberbios pretendientes, y, echando por tierra las brasas de los tederos, amontonaron en los mismos gran cantidad de leña para que hubiese luz y calor. Y Melanto increpó á Ulises por segunda vez:

66 «¡Forastero! ¿Nos importunarás todavía, andando por la casa durante la noche y espiando á las mujeres? Vete afuera, oh mísero, y conténtate con lo que comiste, ó muy pronto te echarán á tizonazos.»

70 Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Ulises: «¡Desdichada! ¿Por qué me acometes de esta manera, con ánimo irritado? ¿Quizás porque voy sucio, llevo miserables vestiduras y pido limosna por la población? La necesidad me fuerza á ello, y así son los mendigos y los vagabundos. Pues en otra época también yo fuí dichoso entre los hombres, habité una rica morada y en multitud de ocasiones di limosna al vagabundo, cualquiera que fuese y hallárase en la necesidad en que se hallase; entonces poseía innumerables siervos y otras muchas cosas con las cuales los hombres viven en regalo y gozan fama de opulentos. Mas Júpiter Saturnio me arruinó, porque así lo quiso. No sea que también tú, oh mujer, vayas á perder toda la hermosura por la cual sobresales entre las esclavas; que tu señora, irritándose, se embravezca contigo; ó que Ulises llegue, pues aún hay esperanza de que torne. Y si, por haber muerto, no volviese, ya su hijo Telémaco es tal, por la voluntad de Apolo, que ninguna de las mujeres del palacio le pasará inadvertida si fuere mala; pues ya tiene edad para entenderlo.»

89 Así habló. Oyóle la discreta Penélope y respondió á su esclava diciéndole de este modo:

91 «¡Atrevida! ¡Perra desvergonzada! No se me oculta la mala acción que estás cometiendo y que pagarás con tu cabeza. Muy bien te constaba, por haberlo oído de mi boca, que he de interrogar al forastero en esta sala, acerca de mi esposo; pues me hallo sumamente afligida.»

96 Dijo; y acto continuo dirigió estas palabras á Eurínome, la despensera: «¡Eurínome! Trae una silla y cúbrela con una piel, á fin de que se acomode el forastero, y hable y me escuche, que deseo interrogarle.»

100 Así habló. Apresuróse Eurínome á traer una pulimentada silla, la cubrió con una piel, y en ella tomó asiento el paciente divinal Ulises. Entonces rompió el silencio la discreta Penélope, hablando de esta suerte: