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CANTO DÉCIMONONO

16 «¡Ama! Ea, tenme encerradas las mujeres en sus habitaciones, mientras llevo á otro cuarto las magníficas armas de mi padre, pues en su ausencia nadie las cuida y el humo las empaña. Hasta aquí he sido un niño. Mas ahora quiero depositarlas donde no las alcance el ardor del fuego.»

21 Respondióle su nodriza Euriclea: «¡Oh hijo! Ojalá hayas adquirido la necesaria prudencia para cuidarte de la casa y conservar tus heredades. Pero, ¿quién será la que vaya contigo llevándote la luz, si no dejas venir las esclavas, que te hubiesen alumbrado?»

26 Contestóle el prudente Telémaco: «Este huésped; pues no toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío, aunque haya llegado de lejas tierras.»

29 Así dijo; y ninguna palabra voló de los labios de Euriclea, que cerró las puertas de las cómodas habitaciones. Ulises y su ilustre hijo se apresuraron á llevar adentro los cascos, los abollonados escudos y las agudas lanzas; y precedíales Palas Minerva con una lámpara de oro, la cual daba una luz hermosísima. Y Telémaco dijo de repente á su padre:

36 «¡Oh padre! Grande es el prodigio que contemplo con mis propios ojos: las paredes del palacio, los bonitos intercolumnios, las vigas de abeto y los pilares encumbrados, aparecen á mi vista como si fueran ardiente fuego. Sin duda debe de estar aquí alguno de los dioses que poseen el anchuroso cielo.»

41 Respondióle el ingenioso Ulises: «Calla, refrena tu pensamiento y no me interrogues; pero de este modo suelen proceder, en efecto, los dioses que habitan el Olimpo. Ahora acuéstate, y yo me quedaré para provocar todavía á las esclavas y departir con tu madre; la cual, lamentándose, me preguntará muchas cosas.»

47 Así habló; y Telémaco se fué por el palacio, á la luz de las resplandecientes antorchas, y se recogió en el aposento donde acostumbraba dormir cuando el dulce sueño le vencía: allí se acostó para aguardar que se descubriera la divinal Aurora. Empero el divino Ulises se quedó en la sala, y junto con Minerva pensaba en la matanza de los pretendientes.

53 Salió de su cuarto la discreta Penélope, que parecía Diana ó la dorada Venus, y colocáronle junto al hogar el torneado sillón, con adornos de marfil y de plata, en que se sentaba; el cual había sido fabricado antiguamente por el artífice Icmalio, que le puso un escabel para los pies, adherido al mismo y cubierto con una grande piel. Allí se sentó la discreta Penélope. Llegaron de dentro de la