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CANTO DÉCIMOCTAVO

crepóle groseramente Melanto, la de bellas mejillas, á la cual engendrara Dolio y criara y educara Penélope, como á hija suya, dándole cuanto le pudiese recrear el ánimo; mas con todo eso, no compartía los pesares de Penélope y se juntaba con Eurímaco, de quien era amante. Ésta, pues, increpó á Ulises con injuriosas palabras:

327 «¡Miserable forastero! Tú estás falto de juicio y en vez de irte á dormir á una herrería ó á la Lesque, hablas aquí largamente y con audacia ante tantos varones, sin que el ánimo se te turbe: ó el vino te trastornó el seso, ó tienes este carácter, y tal es la causa de que digas necedades. ¿Acaso te desvanece la victoria que conseguiste contra el vagabundo Iro? No sea que se levante de súbito alguno más valiente que Iro, que te golpee la cabeza con su mano robusta y te arroje de la casa, llenándote de sangre.»

337 Mirándola con torva faz, exclamó el ingenioso Ulises: «Voy en el acto á contarle á Telémaco lo que dices, ¡perra!; para que aquí mismo te despedace.»

340 Diciendo así, espantó con sus palabras á las mujeres. Fuéronse éstas por la casa y las piernas les flaqueaban del gran temor, pues figurábanse que había hablado seriamente. Y Ulises se quedó junto á los encendidos tederos, cuidando de mantener la lumbre y dirigiendo la mirada á los que allí se encontraban; mientras en su pecho revolvía otros propósitos que no dejaron de llevarse al cabo.

346 Pero tampoco permitió Minerva aquella vez que los ilustres pretendientes se abstuvieran por completo de la dolorosa injuria, á fin de que el pesar atormentara aún más el corazón de Ulises Laertíada. Y Eurímaco, hijo de Pólibo, comenzó á hablar para hacer mofa de Ulises, causándoles gran risa á sus compañeros:

351 «¡Oídme, pretendientes de la ilustre reina, para que os manifieste lo que en el pecho el ánimo me ordena deciros! No sin la voluntad de los dioses vino ese hombre á la casa de Ulises. Paréceme como si el resplandor de las antorchas saliese de él y de su cabeza, en la cual ya no queda cabello alguno.»

356 Dijo; y seguidamente habló de esta manera á Ulises, asolador de ciudades: «¡Huésped! ¿Querrías servirme en un rincón de mis campos, si te tomase á sueldo—y te lo diera muy cumplido,—atando setos y plantando árboles grandes? Yo te proporcionaría pan todo el año, y vestidos, y calzado para tus pies. Mas como ya eres ducho en malas obras, no querrás aplicarte al trabajo, sino tan sólo pedir limosna por la población á fin de poder llenar tu vientre insaciable.»

365 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Eurímaco! Si nosotros hu-