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CANTO DÉCIMOCTAVO

mente, porque me turban los que se sientan á mis lados, pensando cosas inicuas, y no tengo quien me auxilie. El combate del huésped con Iro no se efectuó por haberlo acordado los pretendientes, y fué aquél quien tuvo más fuerza. Ojalá, ¡oh padre Júpiter, Minerva, Apolo!, que los pretendientes ya hubieran sido vencidos en este palacio y se hallaran, unos en el patio y otros dentro de la sala, con la cabeza caída y los miembros relajados; del mismo modo que Iro, sentado á la puerta del patio, mueve la cabeza como un ebrio y no logra ponerse en pie ni tornar á su morada por donde solía ir, porque tiene los miembros relajados.»

243 Así éstos conversaban. Y Eurímaco habló con estas palabras á Penélope:

245 «¡Hija de Icario! ¡Discreta Penélope! Si todos los aqueos te viesen en Argos de Yaso, muchos más serían los pretendientes que desde el amanecer celebrasen banquetes en tu palacio, porque sobresales entre las mujeres por tu belleza, por tu estatura y por tu buen juicio.»

250 Contestóle la discreta Penélope: «¡Eurímaco! Mis atractivos—la hermosura y la gracia de mi cuerpo,—destruyéronlos los inmortales cuando los argivos partieron para Ilión, y se fué con ellos mi esposo Ulises. Si éste, volviendo, cuidara de mi vida, mayor y más bella sería mi gloria. Ahora estoy angustiada por tantos males como me envió algún dios. Por cierto que Ulises, al dejar la tierra patria, me tomó por la diestra y me habló de esta guisa:

259 «¡Oh mujer! No creo que todos los aquivos de hermosas grebas tornen de Troya sanos y salvos; pues dicen que los teucros son belicosos, sumamente hábiles en tirar dardos y flechas, y peritos en montar carros de veloces corceles, que acostumbran á decidir muy pronto la suerte de un empeñado y dudoso combate. No sé, por tanto, si algún dios me dejará volver ó sucumbiré en Troya. Todo lo de aquí quedará á tu cuidado; acuérdate, mientras estés en el palacio, de mi padre y de mi madre, como lo haces ahora ó más aún durante mi ausencia; y así que notes que nuestro hijo barba, cásate con quien quieras y abandona esta morada.» Así habló aquél y todo se va cumpliendo. Vendrá la noche en que ha de celebrarse el casamiento tan odioso para mí ¡oh infeliz!, á quien Júpiter ha privado de toda ventura. Pero un pesar terrible me llega al corazón y al alma, porque antes de ahora no se portaban de tal modo los pretendientes. Los que pretenden á una mujer ilustre, hija de un hombre opulento, y rivalizan entre sí para alcanzarla, traen