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CANTO DÉCIMOCTAVO

guro que no estará largo tiempo apartado de sus amigos y de su patria, porque ya se halla muy cerca de nosotros. Ojalá un dios te conduzca á tu casa y no te encuentres con él cuando torne á la patria tierra; que no ha de ser incruenta la lucha que entable con los pretendientes, tan luego como vuelva á estar debajo de la techumbre de su morada.»

151 Así habló; y, hecha la libación, bebió el dulce vino y puso nuevamente la copa en manos del príncipe de hombres. Éste se fué por la casa, con el corazón angustiado y meneando la cabeza, pues su ánimo le presagiaba desventuras; aunque no por eso había de librarse de la muerte, pues Minerva lo detuvo, á fin de que cayera vencido por las manos y la robusta lanza de Telémaco. Mas entonces, volvióse á la silla que antes ocupara.

158 Entretanto Minerva, la deidad de los brillantes ojos, puso en el corazón de la discreta Penélope, hija de Icario, el deseo de mostrarse á los pretendientes, para que se les alegrara grandemente el ánimo y fuese ella más honrada que nunca por su esposo y por su hijo. Rióse Penélope sin motivo y profirió estas palabras:

164 «¡Eurínome! Mi ánimo desea lo que antes no apetecía: que me muestre á los pretendientes, aunque á todos los detesto. Quisiera hacerle á mi hijo una advertencia, que le será provechosa: que no trate de continuo á estos soberbios que dicen buenas palabras y maquinan acciones inicuas.»

169 Respondióle Eurínome, la despensera: «Sí, hija, es muy oportuno cuanto acabas de decir. Ve, hazle á tu hijo esa advertencia y nada le ocultes, pero antes lava tu cuerpo y unge tus mejillas: no te presentes con el rostro afeado por las lágrimas, que es malísima cosa afligirse siempre y sin descanso, ahora que tu hijo ya tiene la edad que anhelabas cuando pedías á las deidades que pudieses ver que echara barbas.»

177 Respondióle la discreta Penélope: «¡Eurínome! Aunque andes solícita por mi bien, no me aconsejes tales cosas—que lave mi cuerpo y me unja con aceite—pues destruyeron mi belleza los dioses que habitan el Olimpo cuando aquél se fué en las cóncavas naves. Pero manda que Autónoe é Hipodamia vengan y me acompañarán por el palacio; que sola no iría adonde están los hombres, porque me da vergüenza.»

185 Así habló; y la vieja se fué por el palacio á decirlo á las mujeres y mandarles que se presentaran.

187 Entonces Minerva, la deidad de los brillantes ojos, ordenó otra