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LA ODISEA

tíbulo hasta llegar al patio y á las puertas del pórtico, lo asentó recostándolo contra la cerca, le puso un bastón en la mano y le dirigió estas aladas palabras:

105 «Quédate ahí sentado para ahuyentar los puercos y los canes; y no quieras, siendo tan ruin, ser el señor de los huéspedes y de los pobres: no sea que te atraigas un daño aún peor que el de ahora.»

108 Dijo; y colgándose del hombro el astroso zurrón lleno de agujeros, con su cuerda retorcida, volvióse al umbral y allí tomó asiento. Y entrando los demás, que se reían placenteramente, le festejaron con estas palabras:

112 «Júpiter y los inmortales dioses te den, oh huésped, lo que más anheles y á tu ánimo le sea grato, ya que has conseguido que ese pordiosero insaciable deje de mendigar por el pueblo; pues en seguida lo llevaremos al continente, al rey Équeto, plaga de todos los mortales.»

117 Así dijeron; y el divinal Ulises holgó del presagio. Antínoo le puso delante un vientre grandísimo, lleno de gordura y de sangre, y Anfínomo le sirvió dos panes, que tomara del canastillo, ofrecióle vino en copa de oro, y le habló de esta manera:

122 «¡Salve, padre huésped! Sé dichoso en lo sucesivo, ya que ahora te abruman tantos males.»

124 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡Anfínomo! Me pareces muy discreto, como hijo de tal padre. Llegó á mis oídos la buena fama que el duliquiense Niso gozara de bravo y de rico; dicen que él te ha engendrado, y en verdad que tu apariencia es la de un varón afable. Por esto voy á decirte una cosa, y tú atiende y óyeme. La tierra no cría ser alguno inferior al hombre, entre cuantos respiran y se mueven sobre el suelo. No se figura el hombre que haya de padecer infortunios mientras las deidades le proporcionan la felicidad y sus rodillas se mueven; pero cuando los bienaventurados dioses le mandan la desgracia, ha de soportarla, mal de su grado, con ánimo paciente, pues es tal el pensamiento de los terrestres varones que cambia según el día que les trae el padre de los hombres y de los dioses. También yo, en otro tiempo, hubiera debido ser feliz entre los hombres; pero cometí repetidas maldades, prevaliéndome de mi fuerza y de mi poder y confiando en mi padre y en mis hermanos... Nadie, por consiguiente, sea injusto en cosa alguna; antes bien disfrute sin ruido las dádivas que los númenes le deparen. Observo que los pretendientes maquinan muchas iniquidades, consumiendo las posesiones y ultrajando á la esposa de un varón que te ase-