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LA ODISEA

amado, el belicoso Ántifo, había ido á Ilión, la de hermosos corceles, en las cóncavas naves del divinal Ulises; y el feroz Ciclope lo mató en la excavada gruta é hizo del mismo la última de aquellas cenas. Otros tres tenía el anciano—uno, Eurínomo, hallábase con los pretendientes, y los demás cuidaban los campos de su padre—mas no por eso se había olvidado de Ántifo y por él lloraba y se afligía. Egiptio, pues, les arengó, derramando lágrimas, y les dijo de esta suerte:

25 «Oíd, itacenses, lo que os voy á decir. Ni una sola vez fué convocada nuestra ágora, ni en ella tuvimos sesión, desde que el divinal Ulises partió en las cóncavas naves. ¿Quién al presente nos reúne? ¿Es joven ó anciano aquél á quien le apremia una necesidad tan grande? ¿Recibió alguna noticia de que el ejército vuelve y desea manifestarnos públicamente lo que supo antes que otros? ¿Ó quiere exponer y decir algo que interesa al pueblo? Paréceme que debe de ser un varón honrado y proficuo. Cúmplale Júpiter, llevándolo á feliz término, lo que en su espíritu revuelve.»

35 Así les habló. Holgóse del presagio el dilecto hijo de Ulises, que ya no permaneció mucho tiempo sentado: deseoso de arengarles, se levantó en medio del ágora y el heraldo Pisenor, que sabía dar prudentes consejos, le puso el cetro en la mano. Telémaco, dirigiéndose primeramente al viejo, se expresó de esta guisa:

40 «¡Oh anciano! No está lejos ese hombre y ahora sabrás que quien ha reunido el pueblo soy yo, que me hallo sumamente afligido. Ninguna noticia recibí de la vuelta del ejército, para que pueda manifestaros públicamente lo que haya sabido antes que otros, y tampoco quiero exponer ni decir cosa alguna que interese al pueblo: trátase de un asunto particular mío, de la doble cuita que se entró por mi casa. La una es que perdí á mi excelente progenitor, el cual reinaba sobre vosotros con la suavidad de un padre; la otra, la actual, de más importancia todavía, pronto destruirá mi casa y acabará con toda mi hacienda. Los pretendientes de mi madre, hijos queridos de los varones más señalados de este país, la asedian á pesar suyo y no se atreven á encaminarse á la casa de Icario, su padre, para que la dote y la entregue al que él quiera y á ella le plazca; sino que, viniendo todos los días á nuestra morada, nos degüellan los bueyes, las ovejas y las pingües cabras, celebran banquetes, beben locamente el vino tinto y así se consumen muchas cosas, porque no tenemos un hombre como Ulises, que fuera capaz de librar á nuestra casa de tal ruina. No me encuentro yo en disposición de reali-