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CANTO DÉCIMOSÉPTIMO

dichoso entre los hombres, habité una rica morada, y di muchas veces limosna al vagabundo, cualquiera que fuese y hallárase en la necesidad en que se hallase; entonces tenía innúmeros esclavos y otras muchas cosas con las cuales los hombres viven en regalo y gozan fama de opulentos. Mas Júpiter Saturnio me arruinó, porque así lo quiso, incitándome á ir al Egipto con errabundos piratas; viaje largo, en el cual había de hallar mi perdición. Así que detuve en el río Egipto los corvos bajeles, después de mandar á los fieles compañeros que se quedaran á custodiar las embarcaciones, envié espías á los parajes oportunos para explorar la comarca. Pero los míos, cediendo á la insolencia por seguir su propio impulso, empezaron á devastar los hermosos campos de los egipcios; y se llevaban las mujeres y los niños, y daban muerte á los varones. No tardó el clamoreo en llegar á la ciudad. Sus habitantes, habiendo oído los gritos, vinieron al amanecer: el campo se llenó de infantería, de jinetes y de reluciente bronce; Júpiter, que se huelga con el rayo, mandó á mis compañeros la perniciosa fuga; y ya, desde entonces, nadie se atrevió á resistir, pues los males nos cercaban por todas partes. Allí nos mataron con el agudo bronce muchos hombres, y á otros se los llevaron para obligarles á trabajar en provecho de los ciudadanos. Á mí me entregaron á un forastero que se encontró presente, á Dmétor Yásida; el cual me llevó á Chipre, donde reinaba con gran poder, y de allí he venido, después de padecer muchos infortunios.»

445 Antínoo le respondió diciendo: «¿Qué dios nos trajo esa peste, esa amargura del banquete? Quédate ahí, en medio, á distancia de mi mesa: no sea que pronto vayas al amargo Egipto y á Chipre, por ser un mendigo tan audaz y sin vergüenza. Ahora te detienes ante cada uno de éstos que te dan locamente, porque ni usan de moderación ni sienten piedad al regalar cosas ajenas de que disponen en gran abundancia.»

453 Díjole, retrocediendo, el ingenioso Ulises: «¡Oh dioses! En verdad que el juicio que tienes no se corresponde con tu presencia. No darías de tu casa ni tan siquiera sal á quien te suplicara, cuando, sentado á la mesa ajena, no has querido entregarme un poco de pan, con tener á mano tantas cosas.»

458 Así se expresó. Irritóse Antínoo aún más en su corazón y, encarándole la torva vista, le dijo estas aladas palabras:

460 «Ya no creo que puedas volver atrás y salir impune de este palacio, habiendo proferido tales injurias.»

462 Así habló; y, tomando el escabel, tiróselo y acertóle en el hom-