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LA ODISEA

por algún dios; pues él te quitaría toda esa jactancia con que ahora nos insultas, vagando siempre por la ciudad mientras pastores perversos acaban con los rebaños.»

247 Replicóle el cabrero Melantio: «¡Oh dioses! ¡Qué dice ese perro, que sólo entiende en cosas malas! Un día me lo he de llevar lejos de Ítaca, en negro bajel de muchos bancos, para que, vendiéndolo, me proporcione una buena ganancia. Ojalá Apolo, que lleva arco de plata, hiriera á Telémaco hoy mismo en el palacio, ó sucumbiera el joven á manos de los pretendientes; como perdió Ulises, lejos de aquí, la esperanza de ver el día de su regreso.»

254 Cuando así hubo hablado, dejólos atrás, pues caminaban lentamente, y llegó muy presto al palacio del rey. Acto continuo entró en el mismo, sentándose en medio de los pretendientes, frente á Eurímaco, que era á quien más quería. Sirviéronle unos trozos de carne los que en esto se ocupaban, y trájole pan la veneranda despensera. En tanto, detuviéronse Ulises y el divinal porquerizo junto al palacio, y oyeron los sones de la hueca cítara pues Femio empezaba á cantar. Y tomando aquél la mano del porquerizo, hablóle de esta suerte:

264 «¡Eumeo! Es ésta, sin duda, la hermosa mansión de Ulises, y sería fácil conocerla aunque entre muchas se la viera. Tiene más de un piso, cerca su patio almenado muro, las puertas están bien ajustadas y son de dos hojas: ningún hombre despreciaría una casa semejante. Conozco que, dentro de la misma, multitud de varones celebran un banquete; pues llegó hasta mí el olor de la carne asada y se oye la cítara, que los dioses hicieron compañera de los festines.»

272 Y tú le respondiste así, porquerizo Eumeo: «Fácilmente lo habrás conocido, que tampoco te falta discreción para las demás cosas. Mas, ea, deliberemos sobre lo que puede hacerse. Ó entra tú primero en el cómodo palacio y mézclate con los pretendientes, y yo me detendré un poco; ó, si lo prefieres, quédate tú y yo iré delante, pero no tardes: no sea que alguien, al verte fuera, te tire algo ó te dé un golpe. Yo te invito á que pienses en esto.»

280 Contestóle el paciente divinal Ulises: «Entiendo, hágome cargo, lo mandas á quien te comprende. Mas, adelántate tú y yo me quedaré, que ya he probado lo que son golpes y heridas y mi ánimo es sufrido por lo mucho que hube de padecer así en el mar como en la guerra; venga, pues, ese mal tras de los otros. No se pueden disimular las instancias del ávido y funesto vientre, que tantos perjui-