cierto y no he de ocultarte cosa alguna. Sean testigos primeramente Júpiter entre los dioses y luego la mesa hospitalaria y el hogar del irreprochable Ulises á que he llegado, de que el héroe ya se halla en su patria tierra, sentado ó moviéndose; tiene noticia de esas inicuas acciones, y maquina males contra todos los pretendientes. Tal augurio observé desde la nave de muchos bancos, como se lo dije á Telémaco.»
162 Respondióle la discreta Penélope: «Ojalá se cumpliese lo que dices, oh forastero, que bien pronto conocerías mi amistad; pues te hiciera tantos presentes que te considerara dichoso quien contigo se encontrase.»
166 Así éstos conversaban. En tanto divertíanse los pretendientes, ante el palacio de Ulises, tirando discos y jabalinas en el labrado pavimento donde acostumbraban hacer sus insolencias. Mas cuando fué hora de cenar y vinieron de todos los campos reses conducidas por los pastores que solían traerlas, dijo Medonte, el heraldo que más grato les era á los pretendientes y á cuyos banquetes asistía:
174 «¡Jóvenes! Ya que todos habéis recreado vuestro ánimo con los juegos, venid al palacio y dispondremos la cena, pues conviene que se tome en tiempo oportuno.»
177 Así les habló; y ellos se levantaron y obedecieron sus palabras. Llegados al cómodo palacio, dejaron sus mantos en sillas y sillones, y sacrificaron ovejas muy crecidas, pingües cabras, puercos gordos y una gregal vaca, aparejando con ello su banquete.
182 En esto, disponíanse Ulises y el divinal porquerizo á partir del campo hacia la ciudad. Y el porquerizo, mayoral de los pastores, comenzó á decir:
185 «¡Huésped! Ya que deseas encaminarte hoy mismo á la ciudad, como lo ordenó mi señor—yo preferiría que permanecieses aquí para guardar los establos; mas, respeto á aquél y temo que me riña, y las increpaciones de los amos son muy pesadas—ea, vámonos ahora, que ya pasó la mayor parte del día y pronto vendrá la tarde y sentirás el fresco.»
192 Respondióle el ingenioso Ulises: «Entiendo, hágome cargo, lo mandas á quien te comprende. Vamos, pues, y guíame hasta que lleguemos. Y si has cortado algún bastón, dámelo para apoyarme; que os oigo decir que la senda es muy resbaladiza.»
197 Dijo, y echóse al hombro el astroso zurrón lleno de agujeros,