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LA ODISEA

346 «¡Oh amigos! ¡Gran proeza ha realizado orgullosamente Telémaco con ese viaje! ¡Y decíamos que no lo llevaría á efecto! Mas, ea, botemos al agua la mejor nave, proveámosla de remadores, y vayan al punto á decir á aquéllos que tornen prestamente al palacio.»

351 Apenas hubo dicho estas palabras, cuando Anfínomo, volviéndose desde su sitio, vió que el bajel entraba en el hondísimo puerto y sus tripulantes amainaban las velas ó tenían el remo en la mano. Y con suave risa, dijo á sus compañeros:

355 «No enviemos ningún mensaje, que ya están en el puerto, sea porque un dios se lo haya dicho, sea porque vieron pasar la nave y no lograron alcanzarla.»

358 Así habló. Levantáronse todos, fuéronse á la ribera del mar, sacaron en el acto la nave á tierra firme y los diligentes servidores se llevaron los aparejos. Seguidamente se encaminaron juntos al ágora, no dejando que se sentase con ellos ningún otro hombre, ni mozo ni anciano. Y Antínoo, hijo de Eupites, hablóles de esta suerte:

364 «¡Ah, cómo las deidades libraron del mal á ese hombre! Durante el día, los atalayas estaban sentados en las ventosas cumbres, sucediéndose sin interrupción; y después de ponerse el sol, jamás pasamos la noche en tierra firme, pues, yendo por el ponto en la velera nave hasta la aparición de la divinal Aurora, acechábamos la llegada de Telémaco para aprisionarle y acabar con él; y en tanto lo condujo á su casa alguna deidad. Mas, tramemos algo ahora mismo para que le podamos dar deplorable muerte: no sea que se nos escape; pues se me figura que mientras viva no se llevarán á cumplimiento nuestros propósitos, ya que él sobresale por su consejo é inteligencia y nosotros no nos hemos congraciado totalmente con el pueblo. Ea, antes que Telémaco reúna á los aqueos en el ágora—y opino que no dejará de hacerlo, sino que guardará su cólera y, levantándose en medio de todos, les participará que tramamos contra él una muerte terrible, sin que lográramos alcanzarle; y los demás, en oyéndolo, no han de alabar estas malas acciones y quizás nos causen algún daño y nos echen de nuestra tierra, y tengamos que irnos á otro país,—prevengámosle con darle muerte en el campo, lejos de la ciudad, ó en el camino; apoderémonos de sus bienes y heredades á fin de repartírnoslos equitativamente; y entreguemos el palacio á su madre y á quien la despose, para que en común lo posean. Y si esta proposición os desplace y queréis que Telémaco viva y conserve íntegros