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LA ODISEA

padre amoroso abraza al hijo unigénito que le nació en la senectud y por quien ha pasado muchas fatigas, cuando éste torna de lejanos países después de una ausencia de diez años; así el divinal porquerizo estrechaba al deiforme Telémaco y le besaba, como si el joven se hubiera librado de la muerte. Y sollozando, estas aladas palabras le decía:

23 «¡Has vuelto, Telémaco, mi dulce luz! No pensaba verte más, desde que te fuiste en la nave á Pilos. Mas, ea, entra, hijo querido, para que se huelgue mi ánimo en contemplarte, ya que estás en mi cabaña recién llegado de otras tierras. Pues no vienes á menudo á ver el campo y los pastores, sino que te quedas en la ciudad: ¡tanto te place fijar la vista en la multitud de los funestos pretendientes!»

30 Respondióle el prudente Telémaco: «Así lo haré, abuelo, que por ti vine, por verte con mis ojos y saber si mi madre permanece todavía en el palacio ó ya alguno de aquellos varones se casó con ella y el lecho de Ulises, no habiendo quien yazca en él, está por las telarañas ocupado.»

36 Le dijo entonces el porquerizo, mayoral de los pastores: «Aquélla permanece en tu palacio, con el ánimo afligido, y consume tristemente los días y las noches, llorando sin cesar.»

40 Cuando así hubo hablado, tomóle la broncínea lanza; y Telémaco entró por el umbral de piedra. Su padre Ulises quiso ceder el asiento al que llegaba, pero Telémaco prohibióselo con estas palabras:

44 «Siéntate, huésped, que ya hallaremos asiento en otra parte de nuestra majada, y está muy próximo el varón que ha de prepararlo.»

46 Así le dijo; y el héroe tornó á sentarse. Para Telémaco, el porquerizo esparció por tierra ramas verdes y cubriólas con una pelleja, en la cual se acomodó el caro hijo de Ulises. Luego sirvióles el porquerizo platos de carne asada que habían sobrado de la comida de la víspera, amontonó diligentemente el pan en los canastillos, vertió en una copa de yedra vino dulce como la miel, y sentóse enfrente del divinal Ulises. Todos echaron mano á las viandas que tenían delante. Y ya satisfecho el deseo de comer y de beber, Telémaco habló de este modo al divinal porquerizo:

57 «¡Abuelo! ¿De dónde te ha llegado este huésped? ¿Cómo los marineros lo trajeron á Ítaca? ¿Quiénes se precian de ser? Pues no me figuro que haya venido andando.»