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CANTO DÉCIMOQUINTO

tor de hombres; que me fué benévolo, como un padre, mientras los aqueos peleamos en Troya!»

154 Respondióle el prudente Telémaco: «En llegando allá, oh alumno de Júpiter, le diremos á Néstor cuanto nos encargas. ¡Así me fuera posible, al tornar á Ítaca, contarle á Ulises en su morada que vuelvo de tu palacio, habiendo recibido toda clase de pruebas de amistad y trayendo conmigo muchos y excelentes objetos preciosos!»

160 Así que acabó de hablar, pasó por cima de ellos, hacia la derecha, un águila que llevaba en las uñas un ánsar doméstico, blanco, enorme, arrebatado de algún corral; seguíanla, gritando, hombres y mujeres; y, al llegar junto al carro, torció el vuelo á la derecha, en frente mismo de los corceles. Al verla se holgaron; á todos se les regocijó el ánimo en el pecho, y Pisístrato Nestórida dijo de esta suerte:

167 «Considera, ¡oh Menelao, alumno de Júpiter, príncipe de hombres!, si el dios que nos mostró este presagio lo hizo aparecer para nosotros ó para ti mismo.»

169 Así habló. Menelao, caro á Marte, se puso á meditar cómo le respondería convenientemente; mas Helena, la de largo peplo, adelantósele pronunciando estas palabras:

172 «Oídme, pues os voy á predecir lo que sucederá, según los dioses me lo inspiran en el ánimo y yo me figuro que ha de llevarse á cumplimiento. Así como esta águila, viniendo del monte donde nació y tiene su cría, ha arrebatado el ánsar criado dentro de una casa: así Ulises, después de padecer mucho y de ir errante largo tiempo, volverá á la suya y conseguirá vengarse; si ya no está en ella, maquinando males contra los pretendientes.»

179 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Así lo haga Júpiter, el tonante esposo de Juno; y allá te invocaré todos los días, como á una diosa!»

182 Dijo, é hirió con el azote á los corceles. Éstos, que eran muy fogosos, arrancaron al punto hacia el campo, á través de la ciudad, y en todo el día no cesaron de agitar el yugo.

185 Poníase el sol y las tinieblas empezaban á ocupar los caminos cuando llegaron á Feras, á la morada de Diocles, hijo de Orsíloco, á quien engendrara Alfeo. Allí durmieron aquella noche, aceptando la hospitalidad que Diocles se apresuró á ofrecerles.

189 Mas, así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, engancharon los corceles, subieron al labrado carro