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CANTO DÉCIMOQUINTO

teniéndose á su vera, habló así el hijo amado del divinal Ulises:

64 «¡Menelao Atrida, alumno de Júpiter, príncipe de hombres! Deja que parta ahora mismo á mi querida patria, que ya siento deseos de volver á mi morada.»

67 Respondióle Menelao, valiente en la pelea: «¡Telémaco! No te detendré mucho tiempo, ya que deseas irte; pues me es odioso así el que, recibiendo á un huésped, lo quiere sin medida, como el que lo aborrece en extremo; más vale usar de moderación en todas las cosas. Tan mal procede con el huésped quien le incita á que se vaya cuando no quiere irse, como el que lo detiene si le urge partir. Se le debe tratar amistosamente mientras esté con nosotros y despedirlo cuando quiera ponerse en camino. Pero aguarda que traiga y coloque en el carro hermosos presentes que tú veas con tus propios ojos, y mande á las mujeres que aparejen en el palacio la comida con las abundantes provisiones que tenemos en el mismo; porque hay á la vez honra, gloria y provecho en que coman los huéspedes antes de que se vayan por la tierra inmensa. Dime también si acaso prefieres volver por la Hélade y por el centro de Argos, á fin de que yo mismo te acompañe; pues unciré los corceles, te llevaré por las ciudades populosas y nadie nos dejará partir sin darnos alguna cosa que nos llevemos, ya sea un hermoso trípode de bronce, ya un caldero, ya un par de mulos, ya una copa de oro.»

86 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Menelao Atrida, alumno de Júpiter, príncipe de hombres! Quiero restituirme pronto á mis hogares, pues á nadie dejé encomendada la custodia de los bienes: no sea que en tanto busco á mi padre igual á los dioses, muera yo ó pierda algún excelente y valioso objeto que se lleven del palacio.»

92 Al oir esto, Menelao, valiente en la pelea, mandó en seguida á su esposa y á las esclavas que preparasen la comida en el palacio con las abundantes provisiones que en él se guardaban. Llegó entonces Eteoneo Boetida, que se acababa de levantar, pues no vivía muy lejos; y, habiéndole ordenado Menelao, valiente en la batalla, que encendiera fuego y asara las carnes, obedeció acto continuo. Menelao bajó entonces á una estancia perfumada; sin que fuera solo, pues le acompañaron Helena y Megapentes. En llegando adonde estaban los objetos preciosos, el Atrida tomó una copa doble y mandó á su hijo Megapentes que se llevase una cratera de plata; y Helena se detuvo cabe á las arcas en que se hallaban los peplos de muchas bordaduras, que ella en persona había labrado. La pro-