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LA ODISEA

457 Sobrevino una noche mala y sin luna, en la cual Júpiter llovió sin cesar, y el lluvioso Céfiro sopló constantemente y con gran furia. Y Ulises habló del siguiente modo, tentando al porquerizo á fin de ver si se quitaría el manto para dárselo ó exhortaría á alguno de los compañeros á que así lo hiciese, ya que tan gran cuidado por él se tomaba:

462 «¡Oídme ahora, Eumeo y demás compañeros! Voy á proferir algunas palabras para gloriarme, que á ello me impulsa el perturbador vino; pues hasta al más sensato le hace cantar y reir blandamente, le incita á bailar y le mueve á revelar cosas que más conviniera tener calladas. Pero, ya que empecé á hablar, no callaré lo que me resta decir. ¡Ojalá fuese tan joven y mis fuerzas tan robustas, como cuando guiábamos al pie del muro de Troya la emboscada previamente dispuesta! Eran sus capitanes Ulises y Menelao Atrida, y yo iba como tercer jefe, pues ellos mismos me lo ordenaron. Tan pronto como llegamos cerca de la ciudad y de su alto muro, nos tendimos en unos espesos matorrales, entre las cañas de un pantano, acurrucándonos debajo de las armas. Sobrevino una noche mala, glacial; porque soplaba el Bóreas, caía de lo alto una nieve menuda y fría, como escarcha, y condensábase el hielo en torno de los escudos. Los demás, que tenían mantos y túnicas, estaban durmiendo tranquilamente con las espaldas cubiertas por los escudos; pero yo, al partir, cometí la necedad de entregar el manto á mis compañeros, porque no pensaba que hubiera de padecer tanto frío, y me puse en marcha con solo el escudo y una espléndida cota. Mas, tan luego como la noche hubo llegado á su último tercio y ya los astros declinaban, toqué con el codo á Ulises, que estaba cerca y me atendió muy pronto, y díjele de esta guisa:

486 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Ya no me contarán en el número de los vivientes, porque el frío me rinde. No tengo manto. Engañóme algún dios, cuando partí con la sola túnica y ahora no hallo medio alguno para escapar con vida.»

490 »Así me expresé. Pronto se le ofreció á su ánimo un recurso, siendo como era tan señalado en aconsejar como en combatir; y, hablándome quedo, pronunció estas palabras: «¡Calla! No sea que te oiga alguno de los aqueos.» Dijo; y, estribando sobre el codo, levantó la cabeza y comenzó á hablar de esta manera:

495 «¡Oídme, amigos! Un sueño divinal se me presentó mientras dormía. Como estamos tan lejos de las naves, vaya alguno á decir