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LA ODISEA

tantas piaras de cerdos, y otras tantas copiosas manadas de cabras apacientan allá sus pastores y gente asalariada. Aquí pacen once hatos numerosos de cabras en la extremidad del campo, y los vigilan buenos pastores, cada uno de los cuales lleva todos los días á los pretendientes una res, aquella de las bien nutridas cabras que le parece mejor. Y yo guardo y protejo estas marranas y, separando siempre el mejor de los puercos, se lo envío también.»

109 Así habló. Ulises, sin desplegar los labios, se apresuraba á comer la vianda y bebía vino con avidez, maquinando males contra los pretendientes. Después que hubo cenado y repuesto el ánimo con la comida, dióle Eumeo la copa que usaba para beber, llena de vino. Aceptóla el héroe y, alegrándose en su corazón, pronunció estas aladas palabras:

115 «¡Oh amigo! ¿Quién fué el que te compró con sus bienes y era tan opulento y poderoso, según cuentas? Decías que pereció por causa de la honra de Agamenón. Nómbramelo por si en alguna parte hubiese conocido á tal hombre. Júpiter y los dioses inmortales saben si lo he visto y podré darte alguna nueva, pues anduve perdido por muchos pueblos.»

121 Respondióle el porquerizo, mayoral de los pastores: «¡Oh viejo! Á ningún vagabundo que llegue con noticias de mi amo, le darán crédito ni la mujer de éste ni su hijo; pues los que van errantes y necesitan socorro mienten sin reparo y se niegan á hablar sinceramente. Todo aquel que, peregrinando, llega al pueblo de Ítaca, va á referirle patrañas á mi señora; y ésta le acoge amistosamente, le hace preguntas sobre cada punto, y al momento solloza y destila lágrimas de sus párpados, como es costumbre de la mujer cuyo marido ha muerto en otra tierra. Tú mismo, oh anciano, inventarías muy pronto cualquier relación, si te diesen un manto y una túnica con que vestirte. Mas ya los perros y las veloces aves han debido de separarle la piel de los huesos, y el alma le habrá dejado; ó quizás los peces lo devoraron en el ponto y sus huesos yacen en la playa, dentro de un gran montón de arena. De tal suerte murió aquél y nos ha dejado pesares á todos sus amigos y especialmente á mí, que ya no hallaré un amo tan benévolo en ningún lugar á que me encamine, ni aun si me fuere á la casa de mi padre y de mi madre donde nací y ellos me criaron. Y lloro no tanto por los mismos, aunque deseara verlos con mis ojos en la patria tierra, como porque me aqueja el deseo del ausente Ulises; á quien, oh huésped, temo nombrar, no hallándose acá, pues me amaba mucho