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CANTO PRIMERO

337 «¡Femio! Pues que sabes otras muchas hazañas de hombres y de dioses, que recrean á los mortales y son celebradas por los aedos, cántales alguna de las mismas sentado ahí, en el centro, y oíganla todos silenciosamente y bebiendo vino; pero deja ese canto triste que me angustia el corazón en el pecho, ya que se apodera de mí un pesar grandísimo. ¡Tal es la persona de quien padezco soledad, por acordarme siempre de aquel varón cuya fama es grande en la Hélade y en el centro de Argos!»

345 Replicóle el prudente Telémaco: «¡Madre mía! ¿Por qué quieres prohibir al amable aedo que nos divierta como su mente se lo inspire? No son los aedos los culpables, sino Júpiter que distribuye sus presentes á los varones de ingenio del modo que le place. No ha de increparse á Femio porque canta la suerte aciaga de los dánaos, pues los hombres alaban con preferencia el canto más nuevo que llega á sus oídos. Resígnate en tu corazón y en tu ánimo á oir ese canto, ya que no fué Ulises el único que perdió en Troya la esperanza de volver; hubo otros muchos que también perecieron. Mas, vuelve ya á tu habitación, ocúpate en las labores que te son propias, el telar y la rueca, y ordena á las esclavas que se apliquen al trabajo; y de hablar nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el mando en esta casa.»

360 Volvióse Penélope, muy asombrada, á su habitación, revolviendo en el ánimo las discretas palabras de su hijo. Y así que hubo subido con las esclavas á lo alto de la casa, echóse á llorar por Ulises, su caro consorte, hasta que Minerva, la de los brillantes ojos, le difundió en los párpados el dulce sueño.

365 Los pretendientes movían alboroto en la obscura sala y todos deseaban acostarse con Penélope en su mismo lecho. Mas el prudente Telémaco comenzó á decirles:

368 «¡Pretendientes de mi madre, que os portáis con orgullosa insolencia! Gocemos ahora del festín y cesen vuestros gritos; pues es muy hermoso escuchar á un aedo como éste, tan parecido por su voz á las propias deidades. Al romper el alba, nos reuniremos en el ágora para que yo os diga sin rebozo que salgáis del palacio: disponed otros festines y comeos vuestros bienes, convidándoos sucesiva y recíprocamente en vuestras casas. Mas si os pareciere mejor y más acertado destruir impunemente los bienes de un solo hombre, seguid consumiéndolos; que yo invocaré á los sempiternos dioses, por si algún día nos concede Júpiter que vuestras obras sean castigadas, y quizás muráis en este palacio sin que nadie os vengue.»