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LA ODISEA

pañeros que más sobresalían por sus manos y por su fuerza. Cuando quise volver los ojos á la velera nave y á los amigos, ya vi en el aire los pies y las manos de los que eran arrebatados á lo alto y me llamaban con el corazón afligido, pronunciando mi nombre por la vez postrera. De la suerte que el pescador, al echar desde un promontorio el cebo á los pececillos valiéndose de la luenga caña, arroja al ponto el cuerno de un toro montaraz y así que coge un pez lo saca palpitante; de esta manera, mis compañeros, palpitantes también, eran llevados á las rocas y allí, en la entrada de la cueva, devorábalos Escila mientras gritaban y me tendían los brazos en aquella lucha horrible. De todo lo que padecí, peregrinando por el mar, fué este espectáculo el más lastimoso que vieron mis ojos.

260 »Después que nos hubimos escapado de aquellas rocas, de la horrenda Caribdis y de Escila, llegamos muy pronto á la irreprochable isla del dios, donde estaban las hermosas vacas de ancha frente, y muchas pingües ovejas del Sol, hijo de Hiperión. Desde el mar, en la negra nave, oí el mugido de las vacas encerradas en los establos y el balido de las ovejas, y me acordé de las palabras del vate ciego Tiresias el tebano, y de Circe de Eea, la cual me encargó muy mucho que huyese de la isla del Sol, que alegra á los mortales. Y entonces, con el corazón afligido, dije á los compañeros:

271 «Oíd mis palabras, amigos, aunque padezcáis tantos males, para que os revele los oráculos de Tiresias y de Circe de Eea; la cual me recomendó en extremo que huyese de la isla del Sol, que alegra á los mortales, diciendo que allí nos aguarda el más terrible de los infortunios. Por tanto, encaminad el negro bajel por fuera de la isla.»

277 »Así les dije. Á todos se les quebraba el corazón y Euríloco me respondió en seguida con estas odiosas palabras:

279 «Eres cruel, oh Ulises, disfrutas de vigor grandísimo, y tus miembros no se cansan, y debes de ser de hierro, ya que no permites á los tuyos, molidos de la fatiga y del sueño, tomar tierra en esa isla azotada por las olas, donde aparejaríamos una agradable cena; sino que les mandas que se alejen y durante la rápida noche vaguen á la ventura por el sombrío ponto. Por la noche se levantan fuertes vientos, azotes de las naves. ¿Adónde iremos, para librarnos de una muerte cruel, si de súbito viene una borrasca suscitada por el Noto ó por el impetuoso Céfiro, que son los primeros en destruir una embarcación hasta contra la voluntad de los soberanos dioses? Obedezcamos ahora á la obscura noche y aparejemos