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CANTO DUODÉCIMO

111 »Así se expresó; y le contesté diciendo: «Ea, oh diosa, háblame sinceramente: Si por algún medio lograse escapar de la funesta Caribdis, ¿podré rechazar á Escila cuando quiera dañar á mis compañeros?»

115 »Así le dije, y al punto me respondió la divina entre las diosas: «¡Oh infeliz! ¿Aún piensas en obras y trabajos bélicos, y no has de ceder ni ante los inmortales dioses? Escila no es mortal, sino una plaga imperecedera, grave, terrible, cruel é ineluctable. Contra la misma no hay defensa: huir de su lado es lo mejor. Si, armándote, demorares junto al peñasco, temo que se lanzará otra vez y te arrebatará con sus cabezas sendos varones. Debes hacer, por tanto, que tu navío pase ligero é invocar, dando gritos, á Crateis, madre de Escila, que les parió tal plaga á los mortales; y ésta la contendrá, para que no os acometa nuevamente.

127 »Llegarás más tarde á la isla de Trinacria, donde pacen las muchas vacas y pingües ovejas del Sol. Siete son las vacadas, otras tantas las hermosas greyes de ovejas, y cada una está formada por cincuenta cabezas. Dicho ganado no se reproduce ni muere, y son sus pastoras dos deidades, dos ninfas de hermosas trenzas: Faetusa y Lampetia; las cuales concibió del Sol Hiperión la divina Neera. La veneranda madre, después que las dió á luz y las hubo criado, llevólas á la isla de Trinacria, allá muy lejos, para que guardaran las ovejas de su padre y las vacas de retorcidos cuernos. Si á éstas las dejares indemnes, ocupándote tan sólo en preparar tu regreso, aún llegaríais á Ítaca, después de pasar muchos trabajos; pero, si les causares daño, desde ahora te anuncio la perdición de la nave y la de tus amigos. Y aunque tú escapes, llegarás tarde y mal á la patria, después de perder todos los compañeros.»

142 «Así dijo; y al punto apareció la Aurora, de trono de oro. La divina entre las diosas se internó en la isla, y yo, encaminándome al bajel, ordené á mis compañeros que subieran á la nave y desataran las amarras. Embarcáronse acto continuo y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron á herir con los remos el espumoso mar. Por detrás de la nave de azulada proa soplaba próspero viento que henchía las velas; buen compañero que nos mandó Circe, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz. Colocados los aparejos cada uno en su sitio, nos sentamos en la nave, que era conducida por el viento y el piloto. Entonces dirigí la palabra á mis compañeros, con el corazón triste, y les hablé de este modo:

154 «¡Oh amigos! No conviene que sean únicamente uno ó dos