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LA ODISEA

568 »Allí vi á Minos, ilustre vástago de Jove, sentado y empuñando áureo cetro, pues administraba justicia á los difuntos. Éstos, unos sentados y otros en pie á su alrededor, exponían sus causas al soberano en la morada, de anchas puertas, de Plutón.

572 »Vi después al gigantesco Orión, el cual perseguía por la pradera de asfódelos las fieras que antes matara en las solitarias montañas, manejando irrompible clava toda de bronce.

576 »Vi también á Ticio, el hijo de la augusta Tierra, echado en el suelo, donde ocupaba nueve yugadas. Dos buitres, uno á cada lado, le roían el hígado, penetrando con el pico en sus entrañas, sin que pudiera rechazarlos con las manos; porque intentó hacer fuerza á Latona, la gloriosa consorte de Júpiter, que se encaminaba á Pito á través de la amena Panopeo.

582 »Vi asimismo á Tántalo, el cual padecía crueles tormentos, de pie en un lago cuya agua le llegaba á la barba. Tenía sed y no conseguía tomar el agua y beber: cuantas veces se bajaba el anciano con la intención de beber, otras tantas desaparecía el agua absorbida por la tierra; la cual se mostraba negruzca en torno á sus pies y un dios la secaba. Encima de él colgaban las frutas de altos árboles,—perales, manzanos de espléndidas pomas, higueras y verdes olivos;—y cuando el viejo levantaba los brazos para cogerlas, el viento se las llevaba á las sombrías nubes.

593 »Vi de igual modo á Sísifo, el cual padecía duros trabajos empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejaba con los pies y las manos é iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte; pero, cuando ya le faltaba poco para doblarla, una fuerza poderosa hacía retroceder la insolente piedra que caía rodando á la llanura. Tornaba entonces á empujarla, haciendo fuerza, y el sudor le corría de los miembros y el polvo se levantaba sobre su cabeza.

601 »Vi después al fornido Hércules ó, por mejor decir, su imagen; pues él está con los inmortales dioses, se deleita en sus banquetes, y tiene por esposa á Hebe, la de los pies hermosos, hija de Júpiter y de Juno, la de las áureas sandalias. En contorno suyo dejábase oir la gritería de los muertos—cual si fueran aves—que huían espantados á todas partes; y Hércules, semejante á tenebrosa noche, llevaba desnudo el arco con la flecha sobre la cuerda, y volvía los ojos atrozmente como si fuese á disparar. Llevaba alrededor del pecho un tahalí de oro, de horrenda vista, en el cual se habían labrado obras admirables: osos, agrestes jabalíes, leones de relucientes ojos, luchas, combates, matanzas y homicidios. Ni el mismo que con su arte