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LA ODISEA

298 »Vi también á Leda, la esposa de Tíndaro, que le parió dos hijos de ánimo esforzado: Cástor, domador de caballos, y Pólux, excelente púgil. Á éstos los mantiene vivos la alma tierra, y son honrados por Júpiter debajo de la misma; de suerte que viven y mueren alternativamente, pues el día que vive el uno muere el otro y viceversa. Ambos disfrutan de los mismos honores que los númenes.

305 »Después vi á Ifimedia, esposa de Aloeo, la cual se preciaba de haberse ayuntado con Neptuno. Había dado á luz dos hijos de corta vida: Oto, igual á un dios, y el celebérrimo Efialtes; que fueron los mayores hombres que criara la fértil tierra y los más gallardos, si se exceptúa el ínclito Orión, pues á los nueve años tenían nueve codos de ancho y nueve brazas de estatura. Oto y Efialtes amenazaron á los inmortales del Olimpo con llevarles el tumulto de la impetuosa guerra. Quisieron poner el Osa sobre el Olimpo, y encima del Osa el frondoso Pelión, para que el cielo les fuese accesible. Y dieran fin á su propósito, si hubiesen llegado á la flor de la juventud; pero el hijo de Júpiter, á quien parió Latona, la de hermosa cabellera, exterminólos á entrambos antes que el vello floreciese debajo de sus sienes y su barba se cubriera de suaves pelos.

321 »Vi á Fedra, á Procris y á la hermosa Ariadna, hija del prudente Minos, que Teseo se llevó de Creta al feraz territorio de la sagrada Atenas; mas no pudo lograrla, porque Diana la mató en Día, situada en medio de las olas, por la acusación de Baco.

326 »Vi á Mera, á Clímene y á la odiosa Erifile que aceptó el preciado oro para traicionar á su marido. Y no pudiera decir ni nombrar todas las mujeres é hijas de héroes que vi después, porque antes llegara á su término la divinal noche. Mas ya es hora de dormir, sea yendo á la velera nave donde están los compañeros, sea permaneciendo aquí. Y cuidarán de acompañarme á mi patria los dioses, y también vosotros.»

333 Tal fué lo que contó Ulises. Enmudecieron los oyentes en el obscuro palacio, y quedaron silenciosos, arrobados por el placer de oirle. Pero Arete, la de los níveos brazos, rompió el silencio y les dijo:

336 «¡Feacios! ¿Qué os parece este hombre por su aspecto, estatura y sereno juicio? Es mi huésped, pero de semejante honra participáis todos. Por tanto, no apresuréis su partida; ni le escatiméis las dádivas, ya que se halla en la necesidad y existen en vuestros palacios tamañas riquezas, por la voluntad de los dioses.»

342 Entonces el anciano héroe Equeneo, que era el de más edad de los feacios, hablóles de esta suerte: