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CANTO UNDÉCIMO

corriente del Océano hasta llegar al sitio que nos indicara Circe.

23 »Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron las víctimas y yo, desenvainando la aguda espada que cabe al muslo llevaba, abrí un hoyo de un codo por lado; hice alrededor del mismo una libación á todos los muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino y á la tercera vez con agua; y lo polvoreé todo de blanca harina. Acto seguido supliqué con fervor á las inanes cabezas de los muertos, y voté que, cuando llegara á Ítaca, les sacrificaría en el palacio una vaca no paridera, la mejor que hubiese, y que en su obsequio llenaría la pira de cosas excelentes, y también que á Tiresias le inmolaría aparte un carnero completamente negro que descollase entre nuestros rebaños. Después de haber rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, tomé las reses, las degollé encima del hoyo, corrió la negra sangre y al instante se congregaron, saliendo del Érebo, las almas de los fallecidos: mujeres jóvenes, mancebos, ancianos que en otro tiempo padecieron muchos males, tiernas doncellas con el ánimo angustiado por reciente pesar, y muchos varones que habían muerto en la guerra, heridos por broncíneas lanzas, y mostraban ensangrentadas armaduras: agitábanse todas con grandísimo clamoreo alrededor del hoyo, unas por un lado y otras por otro; y, al verlas, enseñoreóse de mí el pálido terror. Incontinenti exhorté á los compañeros y les di orden de que desollaran las reses, tomándolas del suelo donde yacían degolladas por el cruel bronce, y las quemaran inmediatamente, haciendo votos al poderoso Plutón y á la veneranda Proserpina; y yo, desenvainando la aguda espada que cabe al muslo llevaba, me senté y no permití que las inanes cabezas de los muertos se acercaran á la sangre antes que hubiese interrogado á Tiresias.

51 »La primer alma que vino fué la de Elpénor, el cual aún no había recibido sepultura en la tierra inmensa; que dejamos su cuerpo en la mansión de Circe sin enterrarlo ni llorarlo porque nos apremiaban otros trabajos. Al verlo lloré, le compadecí en mi corazón, y, hablándole, le dije estas aladas palabras:

57 «¡Oh Elpénor! ¿Cómo viniste á estas tinieblas caliginosas? Tú has llegado á pie, antes que yo en la negra nave.»

59 »Así le hablé; y él, dando un suspiro, me respondió con estas palabras: «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Dañáronme la mala voluntad de algún dios y el exceso de vino. Habiéndome acostado en la mansión de Circe, no pensé en volver atrás, á fin de bajar por la larga escalera, y caí desde el techo; se