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CANTO DÉCIMO

habéis soportado en el ponto, abundante en peces, y cuántos hombres enemigos os dañaron en la tierra. Mas, ea, comed viandas y bebed vino hasta que recobréis el ánimo que teníais en el pecho cuando dejasteis vuestra patria, la escabrosa Ítaca. Actualmente estáis flacos y desmayados, trayendo de continuo á la memoria la peregrinación molesta, y no cabe en vuestro ánimo la alegría por lo mucho que habéis padecido.»

466 »Tales fueron sus palabras y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Allí nos quedamos día tras día un año entero y siempre tuvimos en los banquetes carne en abundancia y dulce vino. Mas cuando se acabó el año y volvieron á sucederse las estaciones, después de transcurrir los meses y de pasar muchos días, llamáronme los fieles compañeros y me hablaron de este modo:

472 «¡Ilustre! Acuérdate ya de la patria tierra, si el destino ha decretado que te salves y llegues á tu casa, de alta techumbre, y á la patria tierra.»

475 »Así dijeron y mi ánimo generoso se dejó persuadir. Y todo aquel día hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, acostáronse los compañeros en las obscuras salas.

480 »Mas yo subí á la magnífica cama de Circe y empecé á suplicar á la deidad, que oyó mi voz y á la cual abracé las rodillas. Y, hablándole, estas aladas palabras le decía:

483 «¡Oh Circe! Cúmpleme tu promesa de mandarme á mi casa. Ya mi ánimo me incita á partir y también el de los compañeros, quienes aquejan mi corazón, rodeándome llorosos, cuando tú estás lejos.»

487 »Así le hablé. Y la divina entre las diosas contestóme acto seguido: «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! No os quedéis por más tiempo en esta casa, mal de vuestro grado. Pero ante todo habéis de emprender un viaje á la morada de Plutón y de la veneranda Proserpina, para consultar el alma del tebano Tiresias, adivino ciego, cuyas mientes se conservan íntegras. Á él tan sólo, después de muerto, dióle Proserpina inteligencia y saber; pues los demás revolotean como sombras.»

496 »Tal dijo. Sentí que se me quebraba el corazón y, sentado en el lecho, lloraba y no quería vivir ni ver más la lumbre del sol. Pero cuando me sacié de llorar y de revolcarme por la cama, le contesté con estas palabras: