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CANTO DÉCIMO

281 «¡Ah infeliz! ¿Adónde vas por estos altozanos, solo y sin conocer la comarca? Tus amigos han sido encerrados en el palacio de Circe, como puercos, y se hallan en pocilgas sólidamente labradas. ¿Vienes quizás á libertarlos? Pues no creo que vuelvas, antes te quedarás donde están los otros. Ea, quiero preservarte de todo mal, quiero salvarte: toma este excelente remedio, que apartará de tu cabeza el día cruel, y ve á la morada de Circe cuyos malos propósitos he de referirte íntegramente. Te preparará una mixtura y te echará drogas en el manjar; mas, con todo eso, no podrá encantarte porque lo impedirá el excelente remedio que vas á recibir. Te diré ahora lo que ocurrirá después. Cuando Circe te hiriere con su larguísima vara, tira de la aguda espada que llevas cabe al muslo, y acométela como si desearas matarla. Entonces, cobrándote algún temor, te invitará á que yazgas con ella: tú no te niegues á compartir el lecho de la diosa, para que libre á tus amigos y te acoja benignamente, pero hazle prestar el solemne juramento de los bienaventurados dioses de que no maquinará contra ti ningún otro funesto daño: no sea que, cuando te desnudes de las armas, te prive de tu valor y de tu fuerza.»

302 »Cuando así hubo dicho, el Argicida me dió el remedio, arrancando una planta cuya naturaleza me enseñó. Tenía negra la raíz y era blanca como la leche su flor, llámanla moly los dioses, y es muy difícil de arrancar para un mortal; pero las deidades lo pueden todo.

307 »Mercurio se fué al vasto Olimpo, á través de la selvosa isla; y yo me encaminé á la morada de Circe, revolviendo en mi corazón muchos propósitos. Llegado al palacio de la diosa de lindas trenzas, paréme en el umbral y empecé á dar gritos; la deidad oyó mi voz y, alzándose al punto, abrió la magnífica puerta y me llamó; y yo, con el corazón angustiado, me fuí tras ella. Cuando me hubo introducido, hízome sentar en una silla de argénteos clavos, hermosa, labrada, con un escabel para los pies; y en copa de oro preparóme la mixtura para que bebiese, echando en la misma cierta droga y maquinando en su mente cosas perversas. Mas, tan luego como me la dió y bebí, sin que lograra encantarme, tocóme con la vara mientras me decía estas palabras:

320 «Ve ahora á la pocilga y échate con tus compañeros.» Así habló. Desenvainé entonces la aguda espada que llevaba cerca del muslo y arremetí contra Circe, como deseando matarla. Ella profirió agudos gritos, se echó al suelo, me abrazó por las rodillas y me dirigió entre sollozos estas aladas palabras: