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LA ODISEA

cilgas. Y tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo como los puercos, pero sus mientes quedaron tan enteras como antes. Así fueron encerrados y todos lloraban; y Circe les echó para comer, fabucos, bellotas y el fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la tierra.

244 »Euríloco volvió sin dilación al ligero y negro bajel, para enterarnos de la aciaga suerte que les había cabido á los compañeros. Mas no le era posible proferir una sola palabra, no obstante su deseo, por tener el corazón sumido en grave dolor; los ojos se le llenaron de lágrimas y su ánimo únicamente en sollozar pensaba. Todos le contemplábamos con asombro y le hacíamos preguntas, hasta que por fin nos contó la pérdida de los demás compañeros:

251 «Nos alejamos á través del encinar como mandaste, preclaro Ulises, y dentro de un valle y en lugar visible descubrimos un hermoso palacio, hecho de piedra pulimentada. Allí, alguna diosa ó mujer cantaba con voz sonora, labrando una gran tela. Llamáronla á voces. Alzóse en seguida, abrió la magnífica puerta, nos llamó, y siguiéronla todos imprudentemente; pero yo me quedé fuera, temiendo que hubiese algún engaño. Todos á una desaparecieron y ninguno ha vuelto á presentarse, aunque he permanecido acechándolos un buen rato.»

261 »De tal manera se expresó. Yo entonces, colgándome del hombro la grande broncínea espada, de clavazón de plata, y tomando el arco, le mandé que sin pérdida de tiempo me llevara por el camino que habían seguido. Mas él comenzó á suplicarme, abrazando con entrambas manos mis rodillas; y entre lamentos decíame estas aladas palabras:

266 «¡Oh alumno de Júpiter! No me lleves allá, mal de mi grado; déjame aquí; pues sé que no volverás ni traerás á ninguno de tus compañeros. Huyamos en seguida con los presentes, que aún nos podremos librar del día cruel.»

270 »Así me habló; y le contesté diciendo: «¡Euríloco! Quédate tú en este lugar, á comer y beber junto á la cóncava y negra embarcación; mas yo iré, que la dura necesidad me lo exige.»

274 »Dicho esto, alejéme de la nave y del mar. Pero cuando, yendo por el sacro valle, estaba á punto de llegar al gran palacio de Circe, la conocedora de muchas drogas, y ya enderezaba mis pasos al mismo, salióme al encuentro Mercurio, el de la áurea vara, en figura de un mancebo á quien comienza á salir el bozo y está graciosísimo en la flor de la juventud. Y, tomándome la mano, me habló diciendo: