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LA ODISEA

urnio, que amontona las nubes y sobre todos reina, quemando en su obsequio ambos muslos. Pero el dios, sin hacer caso del sacrificio, meditaba cómo podrían llegar á perderse todas mis naves, de muchos bancos, con los fieles compañeros. Y ya todo el día, hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el sol se puso y llegó la noche, nos acostamos en la orilla del mar. Pero, apenas se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, ordené á mis compañeros que subieran á la nave y desataran las amarras. Embarcáronse prestamente y, sentándose por orden en los bancos, tornaron á herir con los remos el espumoso mar.

565 »Desde allí seguimos adelante, con el corazón triste, escapando gustosos de la muerte aunque perdimos algunos compañeros.