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CANTO NOVENO

te y grande, Télemo Eurímida, el cual descollaba en el arte adivinatoria y llegó á la senectud profetizando entre los Ciclopes: éste, pues, me vaticinó lo que hoy sucede: que sería privado de la vista por mano de Ulises. Mas esperaba yo que llegase un varón de gran estatura, gallardo, de mucha fuerza; y es un hombre pequeño, despreciable y menguado quien me cegó el ojo, subyugándome con el vino. Pero, ea, vuelve Ulises, para que te ofrezca los dones de la hospitalidad y exhorte al ínclito dios que bate la tierra, á que te conduzca á la patria; que soy su hijo y él se gloría de ser mi padre. Y será él, si le place, quien me curará y no otro alguno de los bienaventurados dioses ni de los mortales hombres.»

522 »Habló, pues, de esta suerte; y le contesté diciendo: «¡Así pudiera quitarte el alma y la vida, y enviarte á la morada de Plutón, como ni el mismo dios que sacude la tierra te curará el ojo!»

526 »Dije. Y el Ciclope oró en seguida al soberano Neptuno, alzando las manos al estrellado cielo:

528 «¡Óyeme, Neptuno, que ciñes la tierra, dios de cerúlea cabellera! Si en verdad soy tuyo y tú te glorías de ser mi padre, concédeme que Ulises, el asolador de ciudades, hijo de Laertes, que tiene su casa en Ítaca, no vuelva nunca á su palacio. Mas si le está destinado que ha de ver á los suyos y tornar á su bien construída casa y á su patria, sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder todos los compañeros, y encuentre nuevas cuitas en su morada.»

536 »Tal fué su plegaria y la oyó el dios de cerúlea cabellera. Acto seguido tomó el Ciclope un peñasco mucho mayor que el de antes, lo despidió, haciéndolo voltear con fuerza inmensa, arrojólo detrás de nuestro bajel de azulada proa, y poco faltó para que no diese en la extremidad del gobernalle. Agitóse el mar por la caída del peñasco y las olas, llevando la embarcación hacia adelante, hiciéronla llegar á tierra firme.

543 »Así que arribamos á la isla donde estaban los restantes navíos, de muchos bancos, y en su contorno los compañeros que nos aguardaban llorando, saltamos á la orilla del mar y sacamos la nave á la arena. Y, tomando de la cóncava embarcación las reses del Ciclope, nos las repartimos de modo que ninguno se quedara sin su parte. En esta partición que se hizo del ganado, mis compañeros, de hermosas grebas, asignáronme el carnero además de lo que me correspondía; y yo lo sacrifiqué en la playa á Júpiter Sa-