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de la vida y un gran mal era inminente, y al fin parecióme la mejor resolución la que voy á decir. Había unos carneros bien alimentados, hermosos, grandes, de espesa y obscura lana; y, sin desplegar los labios, los até de tres en tres, entrelazando mimbres de aquellos sobre los cuales dormía el monstruoso é injusto Ciclope: y así el del centro llevaba á un hombre y los otros dos iban á entrambos lados para que salvaran á mis compañeros. Tres carneros llevaban, por tanto, á cada varón; mas yo, viendo que había otro carnero que sobresalía entre todas las reses, lo asgo por la espalda, me deslizo al vedijudo vientre y me quedo agarrado con ambos manos á la abundantísima lana, manteniéndome en esta postura con ánimo paciente. Así, profiriendo suspiros, aguardamos la aparición de la divinal Aurora.

437 »Cuando se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, los machos salieron presurosos á pacer y las hembras, como no se las había ordeñado, balaban en el corral con las tetas retesadas. Su amo, afligido por los dolores, palpaba el lomo á todas las reses, que estaban de pie, y el simple no advirtió que mis compañeros iban atados á los pechos de los vedijudos animales. El último en tomar el camino de la puerta fué mi carnero, cargado de su lana y de mí mismo que pensaba en muchas cosas. Y el robusto Polifemo lo palpó y así le dijo:

447 «¡Carnero querido! ¿Por qué sales de la gruta el postrero del rebaño? Nunca te quedaste detrás de las ovejas, sino que, andando á buen paso, pacías el primero las tiernas flores de la hierba, llegabas el primero á las corrientes de los ríos y eras quien primero deseaba tornar al establo al caer de la tarde; mas ahora vienes, por el contrario, el último de todos. Sin duda echarás de menos el ojo de tu señor, á quien cegó un hombre malvado con sus perniciosos compañeros, perturbándole las mientes con el vino, Nadie, pero me figuro que aún no se ha librado de una terrible muerte. ¡Si tuvieras mis sentimientos y pudieses hablar, para indicarme dónde evita mi furor! Pronto su cerebro, molido á golpes, se esparciría acá y allá por el suelo de la gruta, y mi corazón se aliviaría de los daños que me ha causado ese despreciable Nadie

461 »Diciendo así, dejó el carnero y lo echó afuera. Cuando estuvimos algo apartados de la cueva y del corral, soltéme del carnero y desaté á los amigos. Al punto antecogimos aquellas gordas reses de gráciles piernas y, dando muchos rodeos, llegamos por fin á la nave. Nuestros compañeros se alegraron de vernos á nosotros, que nos