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CANTO NOVENO

der y relumbraba intensamente, fuí y la saqué del fuego; rodeáronme mis compañeros, y una deidad nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, hincáronla por la aguzada punta en el ojo del Ciclope; y yo, alzándome, hacíala girar por arriba. De la suerte que cuando un hombre taladra con el barreno el mástil de un navío, otros lo mueven por debajo con una correa, que asen por ambas extremidades, y aquél da vueltas continuamente: así nosotros, asiendo la estaca de ígnea punta, la hacíamos girar en el ojo del Ciclope y la sangre brotaba alrededor del caliente palo. Quemóle el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y sus raíces crepitaban por la acción del fuego. Así como el broncista, para dar el temple que es la fuerza del hierro, sumerge en agua fría una gran segur ó un hacha que rechina grandemente: de igual manera rechinaba el ojo del Ciclope en torno de la estaca de olivo. Dió el Ciclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca y nosotros, amedrentados, huímos prestamente; mas él se arrancó la estaca, toda manchada de sangre, arrojóla furioso lejos de sí y se puso á llamar con altos gritos á los Ciclopes que habitaban á su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En oyendo sus voces acudieron muchos, quien por un lado y quien por otro, y parándose junto á la cueva, le preguntaron qué le angustiaba:

403 «¿Por qué tan enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche, despertándonos á todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado? ¿Ó, por ventura, te matan con engaño ó con fuerza?»

407 »Respondióles desde la cueva el robusto Polifemo: «¡Oh amigos! Nadie me mata con engaño, no con fuerza.»

409 »Y ellos le contestaron con estas aladas palabras: «Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que envía el gran Júpiter; pero, ruega á tu padre, el soberano Neptuno.»

413 »Apenas acabaron de hablar, se fueron todos; y yo me reí en mi corazón de cómo mi nombre y mi excelente artificio les había engañado. El Ciclope, gimiendo por los grandes dolores que padecía, anduvo á tientas, quitó el peñasco de la puerta y se sentó en la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano á alguien que saliera con las ovejas: ¡tan mentecato esperaba que yo fuese! Mas yo meditaba cómo pudiera aquel lance acabar mejor, y si hallaría algún recurso para librar de la muerte á mis compañeros y á mí mismo. Revolví toda clase de engaños y de artificios, como que se trataba