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CANTO NOVENO

él, su esposa y una despensera. Cuando bebían este rojo licor, dulce como la miel, echaban una copa del mismo en veinte de agua; y de la cratera salía un olor tan suave y divinal, que no sin pena se hubiese renunciado á saborearlo. De este vino llevaba un gran odre completamente lleno y además viandas en un zurrón; pues ya desde el primer instante se figuró mi ánimo generoso que se nos presentaría un hombre dotado de extraordinaria fuerza, salvaje, y desconocedor de la justicia y de las leyes.

216 »Pronto llegamos á la gruta; mas no dimos con él, porque estaba apacentando las pingües ovejas. Entramos y nos pusimos á contemplar con admiración y una por una todas las cosas: había zarzos cargados de quesos; los establos rebosaban de corderos y cabritos, hallándose encerrados separadamente los mayores, los medianos y los recentales; y goteaba el suero de todas las vasijas, tarros y barreños, de que se servía para ordeñar. Los compañeros empezaron á suplicarme que nos apoderásemos de algunos quesos y nos fuéramos; y que luego, sacando prestamente de los establos los cabritos y los corderos, y conduciéndolos á la velera nave, surcáramos de nuevo el salobre mar. Mas yo no me dejé persuadir—mucho mejor hubiera sido adoptar su consejo—con el propósito de ver á aquél y probar si me ofrecería los dones de la hospitalidad. Pero su aparición no había de serles grata á mis compañeros.

231 »Encendimos fuego, ofrecimos un sacrificio á los dioses, tomamos algunos quesos, comimos, y le aguardamos, sentados en la gruta, hasta que volvió con el ganado. Traía una gran carga de leña seca para preparar su comida y descargóla dentro de la cueva con tal estruendo que nosotros, llenos de temor, nos refugiamos apresuradamente en lo más hondo de la misma. Luego metió en el espacioso antro todas las pingües ovejas que tenía que ordeñar, dejando á la puerta, dentro del recinto de altas paredes, los carneros y los bucos. Después cerró la puerta con un pedrejón grande y pesado que llevó á pulso y que no hubiesen podido mover del suelo veintidós sólidos carros de cuatro ruedas. ¡Tan inmenso era el peñasco que colocó en la entrada! Sentóse en seguida, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y á cada una le puso su hijito. Á la hora, haciendo cuajar la mitad de la blanca leche, la amontonó en canastillos de mimbre, y vertió la restante en unos vasos para bebérsela cuando cenar quisiese. Acabadas con prontitud tales faenas, encendió fuego y, al vernos, nos hizo estas preguntas:

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