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CANTO NOVENO

muy lejos. Soy Ulises Laertíada, tan conocido de los hombres por mis astucias de toda clase; y mi gloria llega hasta el cielo. Habito en Ítaca, que se ve á distancia: en ella está el monte Nérito, frondoso y espléndido, y en contorno hay muchas islas cercanas entre sí como Duliquio, Same y la selvosa Zacinto. Ítaca no se eleva mucho sobre el mar, está situada la más remota hacia el Occidente—las restantes, algo apartadas, se inclinan hacia el Oriente y el Mediodía,—es áspera, pero buena criadora de mancebos; y yo no puedo hallar cosa alguna que sea más dulce que mi patria. Calipso, la divina entre las deidades, me detuvo allá, en huecas grutas, anhelando que fuese su esposo; y de la misma suerte la dolosa Circe de Eea me acogió anteriormente en su palacio, deseando también tomarme por marido; ni aquélla ni ésta consiguieron llevar la persuasión á mi ánimo. No hay cosa más dulce que la patria y los padres, aunque se habite en una casa opulenta pero lejana, en país extraño, apartada de aquéllos. Pero voy á contarte mi vuelta, llena de trabajos, la cual me ordenó Júpiter desde que salí de Troya.

39 »Habiendo partido de Ilión, llevóme el viento al país de los cícones, á Ismaro: entré á saco la ciudad, maté á sus hombres y, tomando las mujeres y las abundantes riquezas, nos lo repartimos todo para que nadie se fuera sin su parte de botín. Exhorté á mi gente á que nos retiráramos con pie ligero, y los muy simples no se dejaron persuadir. Bebieron mucho y, mientras degollaban en la playa gran número de ovejas y de flexípedes bueyes, de retorcidos cuernos, los cícones fueron á llamar á otros cícones vecinos suyos; los cuales eran más numerosos y más fuertes, habitaban el interior del país y sabían pelear á caballo con los hombres y aun á pie donde fuese preciso. Vinieron por la mañana tantos, cuantas son las hojas y flores que en la primavera nacen; y ya se nos presentó á nosotros, ¡oh infelices!, el funesto destino que nos ordenara Júpiter á fin de que padeciéramos multitud de males. Formáronse, nos presentaron batalla junto á las veloces naves, y nos heríamos recíprocamente con las broncíneas lanzas. Mientras duró la mañana y fué aumentando la luz del sagrado día, pudimos resistir su ataque, aunque eran en superior número. Mas luego, cuando el sol se encaminó al ocaso, los cícones derrotaron á los aquivos, poniéndolos en fuga. Perecieron seis compañeros, de hermosas grebas, de cada embarcación y los restantes nos libramos de la muerte y del destino.

62 »Desde allí seguimos adelante con el corazón triste, escapando gustosos de la muerte aunque perdimos algunos compañeros. Mas Bóreas