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CANTO OCTAVO

res; que ningún hombre bueno ó malo deja de tener el suyo desde que ha nacido, porque los padres lo imponen á cuantos engendran. Nómbrame también tu país, tu pueblo y tu ciudad, para que nuestros bajeles, proponiéndose cumplir tu propósito con su inteligencia, te conduzcan allá; pues entre los feacios no hay pilotos, ni sus naves están provistas de timones como los restantes barcos, sino que ya saben ellas los pensamientos y el querer de los hombres, conocen las ciudades y los fértiles campos de todos los países, atraviesan rápidamente el abismo del mar, aunque cualquier vapor ó niebla las cubra, y no sienten temor alguno de recibir daño ó de perderse; si bien oí decir á mi padre Nausítoo que Neptuno nos mira con malos ojos porque conducimos sin recibir daño á todos los hombres, y afirmaba que el dios haría naufragar en el obscuro ponto un bien construído bajel de los feacios, al volver de conducir á alguien, y cubriría la vista de la ciudad con una gran montaña. Así se expresaba el anciano; mas el dios lo cumplirá ó no, según le plegue. Ea, habla y cuéntame sinceramente por dónde anduviste perdido y á qué regiones llegaste, especificando qué gentes y qué ciudades bien pobladas había en ellas; así como también cuáles hombres eran crueles, salvajes é injustos y cuáles hospitalarios y temerosos de los dioses. Dime por qué lloras y te lamentas en tu ánimo cuando oyes referir el azar de los argivos, de los dánaos y de Ilión. Diéronselo las deidades, que decretaron la muerte de aquellos hombres para que sirvieran á los venideros de asunto para sus cantos. ¿Acaso perdiste delante de Ilión algún deudo como tu yerno ilustre ó tu suegro, que son las personas más queridas después de las ligadas con nosotros por la sangre y el linaje? ¿Ó fué, por ventura, un esforzado y agradable compañero; ya que no es inferior á un hermano el compañero dotado de prudencia?»