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CANTO OCTAVO

rrías, preso en fuertes lazos, dormir en la cama con la dorada Venus?»

338 Respondióle el mensajero Argicida: «¡Ojalá sucediera lo que has dicho, oh soberano flechador Apolo! ¡Envolviéranme triple número de inextricables lazos, y vosotros los dioses y aun las diosas todas me estuvierais mirando, con tal que yo durmiese con la dorada Venus!»

343 Así se expresó; y alzóse nueva risa entre los inmortales dioses. Pero Neptuno no se reía, sino que suplicaba continuamente á Vulcano, el ilustre artífice, que pusiera en libertad al dios Marte. Y, hablándole, estas aladas palabras le decía:

347 «Desátale, que yo te prometo que pagará, como lo mandas, cuanto sea justo entre los inmortales dioses.»

349 Replicóle entonces el ínclito Cojo de ambos pies: «No me ordenes semejante cosa, oh Neptuno que ciñes la tierra, pues es mala la caución que por los malos se presta. ¿Cómo te podría apremiar yo ante los inmortales dioses, si Marte se fuera suelto y, libre ya de los lazos, rehusara satisfacer la deuda?»

354 Contestóle Neptuno, que sacude la tierra: «Si Marte huyere, rehusando satisfacer la deuda, seré yo quien te la pague.»

357 Respondióle el ínclito Cojo de ambos pies: «No es posible ni sería conveniente negarte lo que pides.»

359 Dicho esto, la fuerza de Vulcano les quitó los lazos. Ellos, al verse libres de los mismos, que tan recios eran, se levantaron sin tardanza y fuéronse él á Tracia y la risueña Venus á Chipre y Pafos, donde tiene un bosque y un perfumado altar: allí las Gracias la lavaron, la ungieron con el aceite divino que hermosea á los sempiternos dioses y le pusieron lindas vestiduras que dejaban admirado á quien las contemplaba.

367 Tal era lo que cantaba el ínclito aedo, y holgábanse de oirlo Ulises y los feacios, que usan largos remos y son ilustres navegantes.

370 Alcínoo mandó entonces que Halio y Laodamante bailaran solos, pues con ellos no competía nadie. Al momento tomaron en sus manos una linda pelota de color de púrpura, que les hiciera el habilidoso Pólibo; y el uno, echándose hacia atrás, la arrojaba á las sombrías nubes, y el otro, dando un salto, la cogía fácilmente antes de volver á tocar con sus pies el suelo. Tan pronto como se probaron en tirar la pelota rectamente, pusiéronse á bailar en la fértil tierra, alternando con frecuencia. Aplaudieron los demás jóvenes