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LA ODISEA

292 «Ven al lecho, amada mía, y acostémonos; que ya Vulcano no está entre nosotros, pues partió sin duda hacia Lemnos y los sinties de bárbaro lenguaje.»

295 Así se expresó; y á ella parecióle grato acostarse. Metiéronse ambos en la cama, y se extendieron á su alrededor los lazos artificiosos del prudente Vulcano, de tal suerte que aquéllos no podían mover ni levantar ninguno de sus miembros; y entonces comprendieron que no había medio de escapar. No tardó en presentárseles el ínclito Cojo de ambos pies, que se volvió antes de llegar á la tierra de Lemnos, porque el Sol estaba en acecho y fué á avisarle. Encaminóse á su casa con el corazón triste, detúvose en el umbral y, poseído de feroz cólera, gritó de un modo tan horrible que le oyeron todos los dioses:

306 «¡Padre Júpiter, bienaventurados y sempiternos dioses! Venid á presenciar estas cosas ridículas é intolerables: Venus, hija de Júpiter, me infama de continuo, á mí, que soy cojo, queriendo al pernicioso Marte porque es gallardo y tiene los pies sanos, mientras que yo nací débil; mas de ello nadie tiene la culpa sino mis padres que no debieron haberme engendrado. Veréis cómo se han acostado en mi lecho y duermen, amorosamente unidos, y yo me angustio al contemplarlo. Mas no espero que les dure el yacer de este modo ni siquiera breves instantes, aunque mucho se amen: pronto querrán entrambos no dormir, pero los engañosos lazos los sujetarán hasta que el padre me restituya íntegra la dote que le entregué por su hija desvergonzada. Que ésta es hermosa, pero no sabe contenerse.»

321 Tal dijo; y los dioses se juntaron en la morada de pavimento de bronce. Compareció Neptuno, que ciñe la tierra; presentóse también el benéfico Mercurio; llegó asimismo el soberano flechador Apolo. Las diosas quedáronse, por pudor, cada una en su casa. Detuviéronse los dioses, dadores de los bienes, en el umbral; y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados númenes al ver el artificio del ingenioso Vulcano. Y uno de ellos dijo al que tenía más cerca:

329 «No prosperan las malas acciones y el más tardo alcanza al más ágil; como ahora Vulcano, que es cojo y lento, aprisionó con su artificio á Marte, el más veloz de los dioses que poseen el Olimpo; quien tendrá que pagarle la multa del adulterio.»

333 Así éstos conversaban. Mas el soberano Apolo, hijo de Júpiter, habló á Mercurio de esta manera:

335 «¡Mercurio, hijo de Júpiter, mensajero, dador de bienes! ¿Que-