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LA ODISEA

trar, dentro del circo, un compañero benévolo. Y entonces dijo á los feacios, con voz ya más suave:

202 «Llegad á esta señal, oh jóvenes, y espero que pronto enviaré otro disco ó tan lejos ó más aún. Y en los restantes juegos, aquél á quien le impulse el corazón y el ánimo á probarse conmigo, venga acá—ya que me habéis encolerizado fuertemente—pues en el pugilato, la lucha ó la carrera, á nadie recuso de entre todos los feacios á excepción del mismo Laodamante, que es mi huésped: ¿quién lucharía con el que le acoge amistosamente? Insensato y miserable es el que provoca en los juegos al que le ha recibido como huésped en tierra extraña, pues con ello á sí mismo se perjudica. De los demás á ninguno rechazo ni desprecio; sino que me propongo conocerlos y probarme con todos frente á frente; pues no soy completamente inepto para cuantos juegos se hallan en uso entre los hombres. Sé manejar bien el pulido arco, y sería quien primero hiriese á un hombre, si lo disparara contra una turba de enemigos, aunque un gran número de compañeros estuviesen á mi lado, tirándoles flechas. El único que lograba vencerme, cuando los aqueos nos servíamos del arco allá en el pueblo de los troyanos, era Filoctetes; mas yo os aseguro que les llevo gran ventaja á todos los demás, á cuantos mortales viven actualmente y comen pan en el mundo, pues no me atreviera á competir con los antiguos varones—ni con Hércules, ni con Eurito ecaliense—que hasta con los inmortales contendían. Por ello murió el gran Eurito en edad temprana y no pudo llegar á viejo en su palacio: lo mató Apolo, irritado de que le desafiase á tirar con el arco. Con la lanza llego adonde otro no tirará una flecha. Tan sólo en el correr temería que alguno de los feacios me superara, pues me quebrantaron de deplorable manera muchísimas olas, no siempre tuve provisiones en la nave, y mis miembros están desfallecidos.»

234 Así se expresó. Todos enmudecieron y quedaron silenciosos. Y solamente Alcínoo le habló de esta manera:

236 «¡Huésped! No nos desplacieron tus palabras ya que con ellas te propusiste mostrar el valor que tienes, enojado de que ese hombre te increpase dentro del circo, siendo así que ningún mortal que pensara razonablemente pondría reproche á tu bravura. Mas ahora, presta atención á mis palabras para que, cuando estés en tu casa y, comiendo con tu esposa y tus hijos, te acuerdes de nuestra destreza, puedas referir á algún héroe qué obras nos asignó Júpiter desde nuestros antepasados. No somos irreprensibles púgiles ni lucha-