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Ó la voz de la fama te hayan dicho.
¡Oh triste padre que al dolor naciera!
Ora no emplees tu piedad conmigo;
Dí cuanto viste; dí cuanto supieres.
Si pudo el padre; si de Ulises sabio
Un dia las acciones y las voces
Tu estimacion potente merecieron;
Si fiel á tu interes le hallaste siempre
En los fatales campos que ilustraron
Tantas desdichas nuestras: ¡oh no sea
Que, al olvidarlo, el labio falaz muevas.»
—Entonces Menelao suspirando
Responde: «¿podrá ser que unos cobardes
A pretender se atrevan una mano
Que á la de un héroe tal estuvo unida?
Una cierva, sus tiernos cervatillos
Depone en el cubil de un leon fiero
Y por el monte va buscando el pasto;
Mas, el altivo monstruo vuelve al antro
Y la cierva devora y los cervatos.
Tales, de Ulises por la mano airada
Perecerán los que ultrajarle intenten.
¡Oh Júpiter, Minerva, sacro Apolo!
¡Potentes Dioses! vuelva Ulises, vuelva
Cual yo le ví, de Lesbos en los campos,
Alzarse y, Filomedes atacando,
Abatirle a la vista de los griegos
Que aplaudian tal triunfo arrebatados.
¡Oh si cual fuera entonces, á esos viles
Que codician su lecho apareciera,
Cuál temblaran y cómo, sin consuelo,
A sus golpes cayeran, maldiciendo
La fatal ilusion de su himeneo!
Eludir no pretendo tus cuestiones,
Ni deslumbrarte con falaccs cuentos.
Aqui, á tus ojos, repetir intento
Lo que un dia a mi oido revelara