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Bajo el pórtico pongan que los cubran
De purpurinas ropas y tapices,
Y que túnicas ricas prevenidas
Al uso esten de huéspedes tan nobles.
Con encendidas teas las doncellas
Al punto salen y el mandato cumplen.
Un heraldo acompaña á los mancebos;
Y en tanto que Telémaco y su amigo
Al pórtico caminan, Menelao
A retirado asilo se dirige
De su hermosa consorte acompañado.
Abre otra vez la Aurora delicada,
Hija de la mañana, del oriente
Las puertas todas con su tierna mano.
Sale del lecho Menelao y viste
Su túnica pomposa; el hierro ciñe,
Calza rica sandalía, y de su estancia
Sale y de un Dios la magestad despide.
A Telémaco llega: «¿cuál motivo
Pudo á Lacedemonia conducirte,
Le dice? ¿es solo un interes privado,
Ó de público bien? no mienta el labio.»
—«¡Oh gran rey de los hombres y las tierras!
Vengo, dice Telémaco, del padre
A consultar contigo los destinos.
Mi triste hogar parece y en mis campos
Solo miseria vieras y abandono.
Enemigos feroces mi palacio
Invaden y mis reses descuartizan:
¡Indígnos que con votos insolentes
La madre oprimen y forzarla quieren
De nuevo enlace á consentir las leyes!
Tal razon me conduce á tus rodillas;
A saber vengo de tu boca propia
De nuestros males lo que ver pudiste;
Lo que supieron en sus vueltas otros
Y, en fin, lo que sus tristes narraciones