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Él, tranquilo en los campos deliciosos
De Argo fecunda, en pláticas de amores
De Agamenon la esposa entretenia.
Sus culpables intentos, largos días
Rechazó Clitemnestra. El canto esposo
Para velar en ella y guarecerla
Puso un cantor famoso al lado suyo
Cuando a Troya partir preciso fuera.
Mas llegada la hora que los Dioses
De la triste a la afrenta señalaron,
El leal defensor fue por Egisto
A recóndita playa confinado
Para cebo de halcones sanguinarios;
¡Resistir ya no supo la infelice!
Al crímen entregada, sigue ciega
Al seductor que en el palacio mismo
Frenético la llama. Aquel infame,
Por su increible triunfo embriagado,
De víctimas las aras va encumbrando
Y las bóvedas sacras de los templos
Cubre con profusion de altas ofrendas.
Yo, en tanto, el mar con Menelao hendia.
A la altura de Sino, Apolo, airado,
Atravesó con una flecha de oro
El pecho á Frontis que, de Testor hijo,
Del rey de Esparta era el mejor piloto,
Y el mas diestro de todos los humanos
Las naves en salvar de las tormentas.
La moribunda mano todavía,
Falleciendo, al timon estaba asida.
A pesar del afan con que desea
Al término llegar de sus fatigas,
Menelao piadoso se detiene
Para dar un sepulcro al compañero,
Ofrendas, funerarias tributando
A manes tan preciosos, tan amados.
Cumplido este deber vuelve á las naves: